Mientras paseaba, pensaba en él. La noche anterior intentó llamarle pero se sabía a un millón de kilómetros. Había ido apartándose, retirándose, escapando durante semanas, hasta que se habían convertido de nuevo en completos extraños.
Se habían alejado uno del otro con la misma facilidad con que se acercaron. Lo que la ponía de mal humor era haber permitido que todo eso ocurriera sin luchar. En lugar de afrontar el dolor que sentía, se había quedado quieta mientras se iban distanciando. Si así era como iban a ser las cosas, entonces ella se protegería y fingiría que había sabido todo el tiempo que esto sucedería.
Puede que así fuera. Siempre había habido fallas, finas grietas que parecían no ser nada hasta que el peso de la presión y del tiempo se había abierto paso entre ellas violentamente.
Ella sabía cómo había sucedido, y no había nadie a quien echarle la culpa. Las cosas están bien hasta que, de repente, inesperadamente, ya no lo están y, aunque lo saben, ninguno quiere admitirlo.
LEJOS
AGUA
Hoy me han preguntado qué quiero ser de mayor (como si no lo fuera ya). No se trataba de elegir una personalidad o una profesión, sino de algo mucho más sencillo. Se trataba de escoger un objeto. No me costó mucho dar con la respuesta: un vaso de agua.
Cuando me preguntaron el porqué dije que un vaso de agua es lo más sencillo de obtener (si lo pides en un bar te lo sirven gratis, aunque sea del grifo), algo a lo que no damos importancia porque siempre está ahí, pero sin lo que no podríamos vivir.
Ahora mismo, son cientos de miles las personas que necesitan un vaso de agua para sobrevivir. Son los mismos a los que un golpe furioso de agua (ésta salada) les ha arrebatado todo lo que tenían.
Así que levanto la vista y veo esa botella de agua que siempre me acompaña, que me vigila mientras trabajo, y pienso en cómo las cosas más sencillas son a veces las más importantes. Aunque no siempre reparemos en ellas.
OLORES
Me gusta cómo huelen el disolvente y el campo por las mañanas. Adoro el olor de la cebolla mientras se sofríe, el del césped recién cortado, el de los niños pequeños y el del chocolate.
No me gusta cómo huele la gasolina, ni el incienso, ni el aceite de oliva al calentarse.
Me conmueve el olor de las margaritas y el de algunos hombres que conozco.
Me gusta oler los libros nuevos y la pintura fresca, las mandarinas, el pan aún caliente. Me enloquece el olor de las manzanas asadas y me despierta el del zumo de naranja.
No me gustan los ambientadores ni los brillos de labios cuyo apestoso kiwi tarda varias horas en dejar de estorbar. No me gustan los hombres que se esconden detrás de una nube de colonia ni las mujeres que dejan el ascensor convertido en una cámara de gas patrocinada por Carolina Herrera.
El olor del café me alegra el corazón y el de leña verde me hace llorar los ojos.
Muchas veces baso mis gustos y mis confianzas en cómo huele la gente y es que, como decían en “El perfume”, a alguien que no huele no se le puede querer. Y por eso, entre otras cosas, el mundo es un lugar aburridísimo cuando uno tiene la nariz tapada.
¿Qué será?
Desde por la mañana, empezaron a llegar las llamadas de amigos, amigas con los que hacía tiempo que no hablabamos y pienso que, si la navidad hace posible todo esto, algo bueno ha de tener.
Recibí los primeros sms: “¡Feliz Navidad!”, “¡Feliz Año Nuevo!”, respondí a todos, envié nuevos que a su vez fueron respondidos. Todos, excepto uno. Debe odiarme mucho o quererme muy poco… ya que no me desea felicidad…
Pero hoy no quiero entristecerme, porque mañana es “el día de los Regalos”.
Ahora le oigo cantar en la cocina. Está contento, alegre, feliz, sonriente. La boca le sonríe, los ojos y las manos también lo hacen. Y yo sonrío, con una, dos, tres… ya ni cuento las sonrisas.
Cada vez que posa su mirada en mi, me besa y me acaricia con ella. Y yo, vuelvo a sentirme aquella mujer de apenas veinte años a la que le revoloteaban mariposas en el estómago cada vez que él la miraba, y me siento querida, sigo siendo su chica, con veinte años, con la complicidad de siempre, con la vida agarrada entre las manos, entre algodones, mimando lo que siempre hemos tenido.
¿Será la navidad? ¿Será sentir el calor de casa después del frío de la calle? ¿Serán las sonrisas? ¿Qué será…?
2010
Cada Navidad llega un sms de moda: que si los pavos borrachos, las estrellitas, los burros del belén, meterse con el gobierno de turno... Este año el que más he recibido es el de todo y nada. Te deseo todo lo que te haga feliz y nada que te haga sufrir.
Y yo, este año, prefiero quedarme con todo. Con lo bueno y también con lo malo. Si no llueve, no puedo sentir las gotas resbalando por mi cara. Si no llueve, no puedo disfrutar de secarme al sol. Si no hace sol, no tendré fuerzas para cuando llegue el invierno y haga frío. Si no te echo de menos, si no te pierdo de vista, si no sales volando y no sé en qué árbol vas a cantar, no tiene gracia que vuelvas a posarte en mi hombro, cuando vaya silbando camino de casa.
Que no, no quiero lo que huele a artificial, repetido, admitido, cómodo y fácil. Quiero todo, lo bueno, lo que no lo es y lo que parece que es una cosa y luego es otra, porque así es la vida.
Y la vida, tal como es, ya me gusta.
Porque, al fin y al cabo, el 2010 no ha sido tan malo, ¿no?
EL ORÁCULO DE GOOGLE
Últimamente parece que se ha puesto de moda hablar de que hay una crisis de valores. Parece ser que porque a la generación que han dado en llamar ni-ni, por lo visto se les educó en la creencia de que, en lugar de que podían cualquier cosa con su trabajo y esfuerzo (creencia en la que educaron a mi generación), tenían derecho a tenerlo todo (¿?).
Ni me gustan las etiquetas, ni termino de creerme que se haya educado de una manera tan absurda a una generación... hasta que me topo con "El oráculo de Google".
Dice la RAE en su quinta acepción que oráculo es la persona a quien todos escuchan con respeto y veneración por su mucha sabiduría y doctrina. No sé si será cosa de la generación o qué, pero esta mañana he descubierto que la gente le pregunta cosas a Google. Lo has leído bien, la gente le pregunta cosas a Google. Empezad a escribir "me " y te van saliendo cosas como "me gustas", "me cambio de familia", "me aburro qué hago" (¿apagar el ordenador y ponerte a leer un libro, por ejemplo?).
Pero la cosa sigue, si empiezas a escribir "Tengo 14", Google te dice, entre otras lindezas, las siguientes: "Tengo 14 años y fumo", "Tengo 14 años y soy horrible", "tengo 14 años y me mide 10 cm" y sigue con cosas como "quiero adelgazar" o "estoy embarazada". A los 18, por lo visto lo que les preocupa es no haber tenido nunca novia/o o que se les caiga el pelo.
Será cosa de la juventud, así que mejor entremos en otro rango de edad, "tengo 40" y sigue el tema "tengo 40 pulsaciones por minuto" (o estás muerto o debes estar a punto), "tengo 40 años qué puedo estudiar" (cualquier cosa que te propongas), "tengo 40 y quiero embarazarme"...
Tengo que reconocer que lo que al principio me provocaba cierta gracia, a medida que iba avanzando me provocaba más alarma que risa, hasta que he llegado a "tengo 80 años y sé que me estoy muriendo".
¿Crisis de valores? ¿Por qué le preguntamos cosas a Google? ¿Es que Google tiene las respuestas a todo? ¿Es que no tenemos con quién hablar? Voy a preguntárselo a Google.
¿BAILAMOS?
Me gusta jugar. Mucho. Incluso con fuego. Pero ahora veo mis cicatrices y escucho atenta la voz de mi instinto. No estoy dispuesta a arriesgar mi corazón, aún está hecho pedazos. Ni a herir a nadie más. No me gustaría enredarme en una cadena de sucesos qwue no pueden llanmarse inesperados si se cree en el principio de causa y efecto.
Es sólo que ahora veo las cosas diferentes: si no estás, si no eres, es porque no estás listo. Si no soy ni estoy, es porque tampoco estoy lista. Ya será.
Pero ahora mismo, creo que estás y eres, y que estoy y soy, así que puede que ambos estemos listos, aunque me dé miedo arriesgarme otra vez. Mientras reúno el valor para enfrentarme a lo que siento, construyo mi camino, y siento que voy en buena dirección.
Todo fluye. Me dirijo hacia mi meta. Lo demás, vendrá por añadidura. Vendrá cuando tenga que venir.
Entre tanto, hoy es viernes, brilla el sol y nada nos impide divertirnos, así que... ¿bailamos?
HURACÁN
Esta semana me he releído el blog para quitarle las telarañas y he visto que ya han pasado más de dos años desde que lo empecé. ¡Cómo pasa el tiempo!. En este caso ha pasado para mejor. Este blog me ha servido para ver mis pensamientos escritos y poder meditarlos, valorarlos y madurarlos. He sacado mucho de lo que tenía dentro, y estoy satisfecha.
Ha pasado poco más de un año, pero ahora las cosas van rodando bien. He iniciado varios proyectos a los que les veo un buen futuro. Voy a apostar fuerte y espero conseguir buenos resultados.
El huracán pasó, y ahora puedo mirar lo que dejó en pie. Ahí se queda.
La música me ha acompañado todo este tiempo y ha sido un gran descubrimiento. Algunas canciones parecen hechas para mi y otras me han permitido soñar.
El humor y las risas han sido mi medicación: los analgésicos que han permitido que, por un rato, me olvidase del dolor, dejando cuerpo y mente relajados.
La formación ha activado mi cerebro, dándome nuevas perspectivas y permitiendo una actualización profesional olvidada durante años.
Una cosa que he aprendido este año es que toda experiencia (aunque en su momento fuera negativa) es válida. Todo se puede aplicar o reciclar.
Leo lo escrito hasta ahora y me encuentro bien; tal vez influya que hace relativamente poco que he vuelto de vacaciones, que le he sacado una sonrisa a todos los problemas, que me he reído muchísimo, que he visto recompensado mi esfuerzo o que vuelvo a ver sonreír a quienes ya casi ni se acordaban de cómo hacerlo.
ALASKA
Estoy convencida de que el termostato del aire acondicionado en esta oficina está puesto en "Frío Siberiano", que es el nivel que viene después de "Frío de la Hostia".
El caso es que cuando ya estoy congelada, me levanto de mi mesa y salgo al sol de la terraza para entrar en calor y me asomo a ver pasar a la gente. Y les veo caminar como medio asfixiada, sudando a mares, arrastrándose por culpa del calor.
Y yo, con la piel de gallina y temiendo el próximo soplo de viento polar, me siento atrapada dentro de una pecera de hielo. Y les tengo envidia; como ellos a mí, cuando miran hacia arriba y me ven aquí, temblando de frío.
NO ME SALE
He perdido el toque, la magia, he perdido el polvo de las alas de mariposa, la varita del Hada Madrina y la manzana de la Madrastra de Blanca Nieves, se me ha perdido la pata de conejo y el número mágico no viene cuando lo invoco.
He pasado por debajo de todas las escaleras mientras me cruzaba a todos los gatos negros. No encuentro la caca de perro de la suerte para pisarla y los espejos tienen las lunas por los suelos...
Vamos, que no me sale, que he perdido el toque para escribir post.
No se cuándo se ha ido ni por qué, pero ya no sé escribir. No se me atan unas palabras a las otras, ni pego adjetivos fuera de lugar con palabras que no son suyas.
La primera vez que noté que se había ido fue el 24. No podía escribir nada, y mira que había motivos, pero nada, que no había manera. Y no será porque no han pasado cosas en estos días. Algunas me ponen colorada, otras me hacen reír y las que menos hacen se encargan de sacarme una sonrisa o un brillo de ojos, pero nada, que no sé escribir posts.