LAS TIJERAS DE LA COCINA

Tengo una teoría sobre las tijeras de la cocina. En realidad no es mía del todo, pero estoy segura de que la persona que me la contó no tiene ningún problema en que os la cuente.

Te levantas por la mañana, o a mediodía, o a las cuatro a de la tarde, y te vas a preparar un colcacao, abres el brick de leche, ese que viene con abrefácil pero no hay quien lo abra, ¿con qué? con las tijeras de la cocina. Luego, a la hora de comer, tienes que empezar el paquete de arroz, ¿con qué lo abres? con las tijeras de la cocina. Prueba a hacerlo sin ellas, seguro que te ha pasado, haces tanta fuerza que se abre de golpe todo el paquete y se cae todo el arroz al suelo en una proporción inversamente proporcional al tiempo que hace que has limpiado o a los minutos que faltan para que tu madre se presente en tu casa.

Usamos las tijera de la cocina para casi todo, cortar la verdura, trocear el pollo de la ensalada, abrir la caja de la televisión nueva, que parece que viene dentro de una caja fuerte por lo bien cerrada que está, quitar las etiquetas del jersey nuevo... en fin, que siempre recurrimos a ellas.

Un día vas a abrir el paquete de café y las tijeras no están donde deberían, ni en el cajón de los cubiertos, ni en el lavavajillas, ni en el fregadero... se las ha tragado la tierra.

Y ahí, en ese momento, es cuando las echas de menos de verdad. Cuando te das cuenta de lo útiles que son, de cómo el equilibrio de tu vida depende un poco de las tijeras de cocina. Te acuerdas de lo fácil que es todo cuando están ahí, de cómo la vida es un poquito más fácil de andar si nos podemos apoyar entre los dos.

Hasta ese momento nunca les habías hecho caso. Puede que ni siquiera te acuerdes de qué color es el plástico que las protege. Ni siquiera les habías dedicado un sólo segundo de tu tiempo, todo el día atareada usando el microondas, la batidora, o el cachivache ese que cocina solo, porque, todo sea dicho, por fuera tienen mucho más glamour.

Compara las tijeras con quien quieras. A mí me hace sonreír pensar que aunque no me dé cuenta, siempre hay alguien ahí esperándome en un rincón del cajón de los cubiertos y que, aunque no le preste toda la atención que se merece, nunca se le van a acabar las pilas.

Alégrate si un día descubres que tú también tienes unas tijeras y que hasta que no desaparecen no les das el lugar que se merecen en tu lista de prioridades. Y tranquilo, porque aunque ahora no estén, volverán y gracias a ellas, dejarás de poner la cocina perdida de arroz.

TIRAR LA TOALLA

Siempre me ha gustado más la expresión tirar la toalla, que rendirse. En el fondo tienen el mismo significado, pero creo que es menos derrotista, porque uno no tira la toalla para quedarse tal cual, la suelta para coger otra; es quitarse el pijama, calzarte tus zapatos de tacón y salir a la calle para volver a correr, para seguir andando, aunque sea en otra dirección.

¿Cómo sabe uno que ha llegado el momento de tirar la toalla?. Tirar la toalla, ¿es de valientes o de cobardes?

Cuando uno empieza a hacerse estas preguntas desde el lunes, y el viernes por la tarde, se las sigue haciendo… y pasa una semana, y llega de nuevo el viernes y entre cañas y hamburguesas sigue pensando en trazar la línea en el mapa que le ayude a huir, ¿es entonces el momento?, ¿es huir o es seguir andando en la misma dirección?

Esto de huir y empezar otra vez, ¿depende de la naturaleza de cada uno? A veces me pregunto si algunos tenemos algo en el espíritu que nos impide estarnos quietos o es que realmente nos lo merecemos.

Aire, aire... necesito aire.

CONVENCIONAL

Hoy está siendo un día convencional. Nada especial. De estos días de trabajo en los que si me llevara las preocupaciones a casa, llegaría cargada. Si gritara en el trabajo, ahora me picaría la garganta por haber estado todo el día enfadada. Con la espalda dolorida.

Un día absurdo, por no tener tiempo de salir a tiempo. Por salir por la puerta de atrás. Por salir con las calles vacías. Pero todo eso se puede dejar pasar, aunque hoy no haya habido sonrisas, no me gustara mi blog, y tampoco haya habido guiños ni manos amigas.

Con lo que no puedo es con que hoy haya sido un día con saludo convencional. Con un "Hola, ¿qué tal estás?" políticamente correcto y un saludo tan frío que podría haber helado la calle.

Si por lo menos hubiésemos hablado del tiempo, habría tenido sentido. Es más, creo que yo andaba pensando que parecía que ya volvía el buen tiempo y que es lo que toca por esta época del año. Si fuéramos en el ascensor y no nos conociéramos tendría más sentido. Qué triste, ¿no? habernos convertido en vecinos del mismo ascensor. Un vulgar buenos días y un "Pues sí, hace un día estupendo"... ¿y ya está?

No. No me ha gustado. No me gusta verte y que salgas corriendo y yo, tan parada y tan seca que sólo puedo mirar mientras te alejas y pensar en el reloj y en las horas que lleva dando vueltas. Que te vayas así, dándome la espalda, hablándome de nada y yo diciéndote que sí con la cabeza y arrancándome jirones del corazón.

No, tú no... Ahora no... Así no me gusta.

CLARA Y ÁLEX

Clara llega a casa después de pasarse toda la cena sonriendo, pese a que por dentro las lágrimas le quemaban en los ojos y en la garganta y apenas le dejaban respirar.

Sólo puede pensar en lo injusto que es todo. Cuando todo termine entre Luis y Álex, será a ella a quien busque. A Clara, a la perfecta amiga, la que siempre está cuando él necesita refugio.

"Vendrás a mí. En mis ojos no habrá preguntas ni recriminaciones. No tendrás que decirme nada, porque sabré cómo te sientes y por qué te sientes así. Te diré las palabras que deseas oír. Pondré tiritas en tu alma con jirones de mi corazón y por un instante, serás mío".

Intenta consolarse pensando que, a pesar del paso de los años, ella es la única que sigue a su lado y él siempre termina recurriendo a ella, a su chica favorita... pero no puede, porque Luis nunca la mira, porque él no es capaz de verla. Para él sólo es su amiga y nunca será nada más que eso.

Y eso es lo que le duele. Ellas tienen su corazón durante unos meses, y ella lo tiene siempre, pero no como ella quiere. Aunque ella gana batalla tras batalla, siente que está a punto de perder la guerra.

Es tarde y está cansada. Tendida sobre las sábanas de hilo y corroída por los celos, siente cómo el mundo se deshace bajo los pies de la cama.