UN AÑO, UN POST

Un ataque de risa en el momento más inoportuno, ayudarte a preparar la comida de tu cumpleaños, conocer a alguien y sentir que me he enamorado, recordar aquellos momentos y que se me dibuje una sonrisa en la cara o se me caiga una lágrima, soñar, acurrucarme en la cama, rugir por las mañanas cuando intentas despertarme.

Sentir tus labios rozando los míos, salir bien en una foto, disfrutar de un fin de semana en una casa rural, enamorarme sabiendo que no me corresponderás nunca, ir a una fiesta de disfraces, pasar calor en noviembre, cambiar de móvil, pasear por Barcelona, improvisar cenas con mis amigos.

Mirar mil veces el reloj para ver cuántas horas faltan, columpiarme hasta sentir que puedo tocar las nubes, sentirme protegida, una buena ducha con agua calentita, notar el frío en la cara, volver a casa de mis padres en Navidad, dejar que la mirada se me pierda en el Mediterráneo.

Emocionarme cuando una persona me dice que ha abierto el regalo que le envié y que le gusta, valorar a las personas que están a nuestro alrededor en los buenos y en los malos momentos, ver cómo ganamos la Eurocopa rodeada de amigos, tirarnos bolas de nieve en la estación.

Ver el cielo desde la terraza del despacho, bailar como una loca aunque me duelan los pies de los tacones, ver un bonito atardecer, perderme y no tener ni idea de cómo volver, intercambiarnos los disfraces, estar celosa porque no soy ella.

Pasear por Córdoba, escribir el primer capítulo de un libro, ver fotos de la gente que me rodea, tumbarme a contemplar las estrellas, inventarme formas con las nubes, volver a sentir mariposas en el estómago, ir a la presentación de un par de libros precedida de una comida con dos bloggers.

Hacerme la remolona en la cama, pedirte que te quedes conmigo el resto del día… y que te quedes. Dejar que me salga el lado diablejo, querer parar el tiempo, luchar por lo que creo que merece la pena aunque haya quien no me apoye o me diga que no siga, que confíen en mí y me lo demuestren, que me digan que me quieren, sentir que estoy viva, que quiero que me abraces, ver el mar y quedarme horas contemplándolo, bailar bajo la lluvia…

Y, aunque todavía estamos a día 30, sé que mañana, como todos los años, me atragantaré con las uvas....

Éstas son algunas de las cosas que me trajo el 2008. No sé qué me puede estar esperando en el 2009, pero saberlo es sólo cuestión de tiempo: Bienvenido.

Feliz año nuevo.

LOTERÍA

Hoy es el día de la lotería, pero yo no llevo ni un décimo, ni siquiera una participación. No tengo lotería porque la lotería me toca todo el año, y no sólo en Navidad, así que no necesito la de los niños de San Ildefonso.

Me tocó esta mañana cuando, en la esquina, a eso de las nueve, bailaban las hojas de los árboles de puro frío, pero iban tan al compás, que parecía que habían estado ensayando toda la noche y bailaban para mí.

Me tocó el otro día por la tarde, cuando estuve trabajando en vez de tomando copas... y encima, estaba disfrutando. Porque me gusta mi trabajo y me parece un sueño contarlo.

Me tocó cuando recibí un mail donde decían que me echaban de menos, sólo eso, también me tocó la lotería. Me tocó el viernes, cuando mientras comíamos y nos contábamos secretos... y la vi quieta por primera vez desde que entró remolineando en el restaurante.

Y aquella tarde, cuando me escapé para acompañarte al aeropuerto. Y mañana, porque mañana me volveré a levantar con la misma ilusión que hoy y con la esperanza de seguir ganando, aunque sea la pedrea.

Mañana no cantarán para mí los niños de San Ildefonso, pero... ¿qué más da habiendo bares con amigos, estando tú, los emails, los besos y teniendo soles de invierno para iluminar el día a día?

TRADICIONES NAVIDEÑAS

Ya huele a Navidad: hace frío, en todas partes han montado el Belén (a alguno le tenido que poner un niño nuevo, porque el anterior terminó en mi casa después de una juerga histórica) y en algunas tiendas suenan villancicos.

Mi casa es enana y me he dado cuenta de que no puedo montar arbolito, que no puedo poner belén ni nada de eso y que mi Navidad es muy diferente y así como hicieron los católicos con las tradiciones celtas (que les dieron la vuelta y las domesticaron) voy a dar una vuelta de tuerca más y llenar de contenido estas fiestas que para mí, últimamente están fuera de lugar, y a las que veo con distancia y como si fuera de otra galaxia.

Se me ha ocurrido crear una nueva tradición: el desayuno navideño. Consiste en hacer un desayuno especial. En esos desayunos estará invitado, como estrella que brilla de un modo especial, una persona que en el año que está a punto de terminar, me haya dejado alguna huella.

También he decidido instaurar otra nueva tradición personal: me encanta cocinar, lo que sea, paté de quesos, bizcocho de calabacín, gominolas, muffins de manzana, piruletas de chocolate… Este año he decidido que para terminar el año no hay nada como tener unos dulces hechos por alguien que te quiere y te aprecia, así que haré cajas llenas de dulces para aquellos que en el año que termina han sido especiales y han endulzado el mío.

Quizás no esté todo perdido y tenga su punto esto de las tradiciones de Navidad.

PODRÍA

Podría relatar una bonita historia sobre la imagen en el espejo de una mujer de un metro sesenta y cinco, ojos rasgados y larga melena, con unos pantalones negros y una camiseta de tirantes que dejaban ver su cuello, espalda y brazos.

O bien, podría contar cómo la misma mujer pensó que parecía una golfa de esquina y acabó vistiendo la misma ropa pero añadió un echarpe que poco faltaba para taparle la conciencia.

Podría relatar una bonita historia sobre una mujer que tuvo en sus manos el poder de atraer a unos cuantos seres del sexo opuesto con sólo una mirada, intercambiar teléfonos y reír durante horas con desconocidos, esperando no volver a encontrarlos.

O bien, podría contar cómo la misma mujer se sintió invadida por los otros que la observaban, se tomó otra copa, observó el canibalismo por un par de horas y acabó tentada de practicar ese mismo canibalismo pero le puso freno antes de caer en la tentación.

Podría relatar una bonita historia sobre una mujer que recibió una caricia amable, una hermosa sonrisa, unos comentarios divertidos y se sintió deseada por unas horas.

O bien podría contar cómo la misma mujer escuchó unas palabras desagradables e hirientes que nada tenían que ver con la realidad y, cansada de ser sólo necesaria por horas, rechazó todas aquellas palabras y, después de negadas, regresó a casa sin pedir asilo en un corazón ajeno.

Porque la moneda tiene dos caras
y yo me cansé de ser el Sol.

PEQUEÑAS COSAS

Ya ha llegado la Navidad, por lo menos, ya han encendido las poquitas luces que ponen en las calles de cerca de mi casa.

La Navidad viene acompañada inevitablemente de un puñado de tópicos, que siempre son los mismos: la calle se llena de pastores, ovejas y ángeles con alas de algodón a la salida del colegio. Oyes villancicos hasta en los sitios más insospechados, las tiendas tienen más ruido y las bolsas suenan a papel de celofán.

Recibes cartas, postales lejanas llenas de una nieve y unos árboles que no conoces y medios de transporte guiados por animales de cuatro patas y que vuelan. Huele a pasteles y dulces, los que hacen eses no se limitan a los fines de semana y los árboles y ventanas se atestan de luces intermitentes.

De todo esto, me quedo con las luces. Siempre me pregunto por qué no se utilizan todo el año...

Me encantan las luces brillantes que ponen mis vecinos de enfrente. Llenan un árbol puntiagudo de diminutas luces y una cascada intermitente de colores se deja caer por el balcón. Ellos, eso sí, siguen con su casa apagada y triste y, desde luego, no creo que puedan ver el espectáculo de la ventana, porque siguen con la persiana cerrada, así que no me queda otra que pensar que para quien ponen las luces es para mí: tintineantes y revoltosas.

Yo con eso me conformo. Con ver desde la ventana el árbol de los vecinos de enfrente, porque a veces las pequeñas cosas pueden arrancarnos una sonrisa.

¿Qué te ha arrancado a ti una sonrisa últimamente?

MANOS

Esta tarde me he descubierto mirándome las manos y he descubierto la cantidad de recuerdos que tengo asociados a mis manos.

Recuerdo un día peinando a la hija de un amigo, pasándole el cepillo y colocándole las coletas de tal forma que al terminar, se miró en el espejo y dándose la vuelta me abrazó y me dijo: "Eres la mejor"

También recuerdo ese día en el que unas palabras a través de un ordenador me inspiraron tal ternura que no pude evitar acariciar las teclas con los dedos como si de tu propia piel se tratase.

Mis manos haciéndote cosquillas, intentando que abrieras los ojos. Mi mano en tu mejilla cuando nuestros labios se rozaron. Y tu mano reposando en mi cintura.

Recuerdo, por ejemplo, aquella vez en la que tu mano derecha desató la lazada de mi blusa y me guió hacia lo desconocido que, minutos más tarde podría haber pensado que era el mejor momento y lugar de mi vida. El tic tac de tu mano en mi espalda y después en mi cintura cuando deseé que aquel momento no terminara nunca.

Mis manos diciéndote adiós y retorciéndose nerviosas mientras esperaban a que te dieras la vuelta para sacar el pañuelo y empezar a secarme las lágrimas.

ATURDIDA

Estoy intentando ordenar mis sentimientos. Los tengo todos aquí, encima de la mesa. Los etiqueto con cuidado. Sí, este tan feo se llama rencor. Lo rotulo con las letras bien grandes, así la próxima vez lo veré venir desde lejos. A éste otro le voy a quitar el polvo. Pobre, casi no me acordaba de él.

Los ordeno por tamaños y colores. Qué bien, cuánto rojo y qué poco negro. El toque justo de verde, para que luego digan que no soy optimista. Me alegra comprobar que desde la última vez el gris se ha desteñido un poco. Vamos bien, me digo entonces.

Abro mi corazón y uno a uno los vuelvo a meter dentro. Ya casi estoy. ¿Sabes qué? A ti ya no te quiero, ahí te quedas. Cierro con llave, pulso on y el músculo vuelve a latir.

Respiro hondo y me siento bien, aunque sé que esta sensación no durará mucho, cuando te vuelva a ver mi corazón pegará un brinco y mis sentimientos se mezclarán de nuevo entre ellos, dejándome como al principio: aturdida.

COMO UNA SIRENA

Sacudo el agua con fuerza. Con tanta fuerza que a cada patada mis pies se rodean de pequeñas olas de espuma blanca. La impotencia y el mal día se han convertido en energía, que ahora mueve el mundo desde esta pequeña piscina.

Apoyo el cuello en el bordillo y me dejo mecer. Controlo los movimientos, para no dejarme caer en el agua, para no dejarme llevar. Sin esfuerzo, bajo el agua, dejarse mecer en el agua no cansa.

Y, como siempre, el agua se lleva hasta las cañerías más oscuras y profundas, donde nadie podrá encontrarlo jamás, todo lo que me ha cansado, me ha aburrido y ha conseguido sacarme de quicio.

Ahora, en la ducha, brillo. Brillo plateada y con escamas. Sacudo el agua del pelo y acaricio la cola de sirena. Recojo mis cosas y me voy dando saltitos... Al llegar a casa, las hojas de los árboles se dejaban caer contra el suelo de mi calle. Se nota que ya es la época. Se nota que han pasado la tarde viendo pasar a gente aburrida.

Por fin algo que tiene sentido.

EN EL QUICIO DE LA PUERTA

Apoyada en el quicio de la puerta veo caer la lluvia y dejo pasar las horas. Todos los sueños corren hacia delante y los recuerdos se giran hacia atrás, mostrando una vida que se ha tejido en multitud de caminos entrecruzados y algunos han llevado hasta éste que parece más sencillo de andar.

La nubes no dejan ver el cielo, pero imagino que por allá arriba desfilan las estrellas y la luna crece despacio.

Recuerdo el ayer. El aire tibio en mi cara, el regalo de tus besos. Y cae otra noche, sabiéndote lejos.



DEMASIADAS TECLAS

Demasiadas teclas tiene mi teclado y pocas ganas de contar. Sé que es muy fácil, sólo debo unir una letra tras otra hasta que la cosa comience a tener sentido. Pero hoy me es difícil unirlas y ellas se resisten en su obstinación a cobrar significado.

Y si sólo fueran las teclas de mi ordenador, me conformaría con el viejo boli y la libreta de toda la vida, pero todo a mi alrededor se ha vaciado de contenido. No hay sustancia ni sabor en mi entorno. Los días pasan porque aún no hemos encontrado la forma de hacerlos parar. Nos movemos por simple y pura inercia. Llegamos a la noche rendidos por otro día demoledor que hace mella en nuestro ser.

Uno letras y formo agrios lamentos. Uno los labios y sólo salen suspiros de desazón. Uno días y sólo tengo desesperanza. Uno los caminos y lo único que logro es perderme más aún.

Y sé que sólo son malos tiempos, y que nada es eterno y que los buenos tiempos volverán. Me lo repito, me lo repites, me lo repiten y a veces creo que acabaré creyéndomelo. Pero cuando abro los ojos y respiro el aire denso que me rodea sé que eso no apacigua mi malestar. No quiero palmaditas en la espalda, no quiero palabras de consuelo, no quiero tu hombro para llorar, sólo quiero recuperar la ilusión de vivir.

La ilusión de un nuevo día, la ilusión de haber estado allí, la ilusión de compartir, la ilusión de volverme a levantar tras haber vuelto a caer, la ilusión de existir y de que existes.

TRUCOS

No sé cuándo se madura. No sé cuáles son las claves para madurar, pero empiezo a imaginarlas. Es cuando uno tiene trucos lo suficientemente útiles para convertir lo que no es en algo que merece la pena. Hay trucos para ir a trabajar, y es no pensar. Hay trucos para enamorarse (otra vez y a pesar de) y es olvidar. Hay trucos para salir a la calle y otros para adelgazar.

Hay trucos para ver lo malo en los demás y otros para borrarlo como tippex. Hay otros que sirven para que no se te olviden las cosas (tatuados en el móvil, en un post-it o en la agenda). Hay trucos para parecer más alta, hay trucos para mentir y hasta para mentir y que parezca creíble.

Yo tengo trucos para poner azúcar lo que no tiene gracia, aunque a veces el truco es simplemente saborear lo que está amargo. Y me gusta. Tengo trucos para mirar charcos viendo océanos y sin haber leído poesía encontrársela a las nubes que llenan el centro o en el asfalto que llega a la puerta de mi casa. Y ya, me sale solo.

Tengo trucos que son sólo palabras. Y relucen y brillan. Hay trucos para seguir viviendo. Lo mejor es que a veces en que no necesitas los trucos: cierras los ojos, piensas que no es tan malo, los vuelves a abrir y sólo eso ya funciona. Lo mejor es que siempre hay tiempo para olvidar recordando lo que pasó.

Lo bueno sería encontrar un truco para perdonar. Para pensar en mañana y que todo fuera tan fácil como salir a la calle, dejarse mojar por la lluvia y creer que esto puede ser mejor.

RAYOS DE SOL

Ahora que se acerca el invierno y cada vez anochece más pronto, me gustaría poder embotellar un rayo de sol. Guardarlo para mí, para cuando las noches sean largas y frías. Un rayo de sol al que pueda recurrir cuando a mi alrededor sólo haya frío y oscuridad.

Basta que algo no pueda guardarse, para que una sienta ganas de retenerlo. Igual que no se sabe hasta cuándo te acompañará el eco de su voz, ni cuando se te vetará el murmullo de su risa, ni cuando apagará su brillo para ti.

Es como intentar cazar una estrella, sabes que no es posible, pero... ¿cómo resistirse a intentarlo?

¿BAILAS?

Hoy es un día perfecto para apagar el móvil, arrancar el cable del teléfono, desconectar el timbre de la puerta y encerrarse a bailar tango.

El tango es un compromiso sexual. Es la fusión de dos cuerpos. Es la confirmación de que quien manda es la mujer dejando que el hombre crea que es él quien domina y quedando los dos conformes.

Los que bailan tango están solos. El tiempo se detiene para ellos. El mundo se desdibuja. Juegan a desearse, a esperarse, a acariciarse, a tocarse, a desconfiar, a someterse, a escaparse, a rebelarse, a prometerse, a ilusionarse. Los cuerpos se pegan a la altura del pecho, acoplando los corazones y dejando el latir para las piernas.

Los bailarines de tango, mientras bailan, se aman y se odian. Se acechan. Sienten celos de la música que acaricia, seduce, envuelve y penetra en el cuerpo del otro.

El tango es una encerrona, una trampa sensual en la que ambos gozan y aprovechan. Tango es vida y muerte, es pasión, es melancolía, es erotismo...

¿Bailas conmigo?



DE TELÉFONOS MÓVILES Y SMS

El teléfono es un bien precioso para comunicarse con aquellos que están lejos. Y con lejos no me refiero a cientos de kilómetros, a veces basta con que están tres calles más allá de donde tú estás.

El teléfono móvil es ese artilugio que las madres dan a sus hijos cuando éstos se van de campamento para que llamen por si necesitan algo, para que los niños (y no tan niños) llamemos a nuestros padres para decirles que aunque el viaje ha sido muy largo y había muchísimo atasco, estamos en casa sanos y salvos, para llamar a la grúa cuando el coche nos traiciona y nos deja tirados en cualquier arcén de cualquier carretera.

Aparte de todo eso, para mí el teléfono es un instrumento de trabajo. Supongo que quien en su trabajo no esté continuamente atendiendo llamadas de clientes, no será capaz de entender que para mí, irme de vacaciones, a la playa, a la piscina, leer un libro apalancada en el sofá o sentarme en el césped a ver pasar el tiempo implica, necesariamente, olvidarme del teléfono móvil.

Pero, de vacaciones o no, aparcando el teléfono móvil en un rincón del bolso o pegado a ti en el bolsillo de los vaqueros, no hay nada mejor que una llamada a las doce de la noche sólo para decirte que les encanta que seas su amiga y que te quieren, o cuando al despertarte descubres que lo que te despertó a las tres de la mañana era el “bip” de un beso y un escueto “te echo de menos” en forma de SMS.

VERANOS PERDIDOS

Serían... no sé, entre mediados y finales de los años noventa. En aquella época todos los primos veraneábamos juntos y los inviernos eran una pesadilla eterna que aguantábamos consolándonos con que, al fin y al cabo, el siguiente verano no estaba tan lejos...

Y el verano siempre llegaba. Si había suerte y salía un buen verano, nos pasábamos el día en la playa, poco antes de subir a comer nos tomábamos unas rabas y subíamos a casa todos en procesión. Luego una siesta y más playa o una pachanguilla de baloncesto, una partida de tute.

Si se pasaba el verano lloviendo la cosa era más complicada. Entre nosotros siempre nos las arreglábamos para entretenernos, hacer ruido y pasárnoslo bien, aunque ahora, con el tiempo, creo que ni a mis padres ni a mis tíos, les debía parecer divertido aquella pandilla de veinteañeros llenos de energía dispuestos a dar guerra.

Pero si había algo bueno, eran las noches. Salir juntos todas las noches. Tomarnos nuestras copitas en la playa, llegar todos los días del mes de agosto a casa a las seis y media o las siete de la mañana y, muertos de hambre, atracar las sobras de la cena que había en la nevera.

Cuando vi este vídeo, me recordé a nosotros mismos hace diez años y las conversaciones sobre la jugada de la noche anterior... Creo que si hubiera tenido una cámara a mano, habría tenido unos cuantos vídeos muy parecidos a éste. ¿Vosotros no?



AVIONES DE PAPEL

Hoy no tenía ganas de hacer nada y me ha pasado toda la mañana mirando por la ventana. A mediodía hacía calor y, aprovechando los últimos rayos de sol del verano, he salido a la terraza a tomar una cocacola mientras repasaba todo un taco de papeles para los que nunca encontraba tiempo.

En eso estaba cuando se han colado en mi mente un montón de recuerdos. Ha sido un instante, sólo un momento en el que mi mente se ha llenado de ti: de tus palabras, tus gestos, tu olor, tus manías, tu risa... y dolía. ¡Dios, cómo dolía! Dolía tanto que las lágrimas se me han escapado a borbotones sin pedir permiso.

Cuando ya no me quedaban más lágrimas, he ido al baño, me he lavado y la cara y he vuelto a la terraza. El primer papel estaba empapado y he hecho lo único que podía hacer con él: un avión. Un avión de papel en el que he cargado todas las palabras que hemos cruzado, todas las que se dijeron y las que ni siquiera salieron de mi boca.

Me he asomado a la barandilla, las he lanzado y las he dejado volar. Las he mirado elevarse y planear, jugar con el viento, dejarse acunar por el aire, zigzaguear al compás de la brisa, esquivando tejados, antenas y chimeneas, haciéndome sonreír con sus quiebros y piruetas.

He visto cómo se alejaba ese avión y le he visto emprender el descenso para terminar cayendo en una acera y quedarse ahí. No he podido evitar sonreír al pensar cómo llegaron a mí tus palabras y en la corriente que las ha hecho volar en el avión de papel.

DOMINÓ

A veces la vida es como un dominó: una ficha empuja a la siguiente y así hasta que solamente quedan unas en pie a las que intentas aferrarte convirtiéndolas en pequeños pilares que sostienen nuestra felicidad.

Los problemas de encontrarse en esta situación son varios: primero, que uno quiere sostenerlo todo con esos pilares y los sobrecarga, poniendo cosas encima que no deberían estar ahí; segundo, en caso de aparecer un nuevo pilar, es complicado medir bien qué poner sobre él, y puedes terminar aplastándolo incluso antes de que logre ponerse en pie del todo; y tercero, al ser pocos y estar sobrecargados, cada ficha de dominó que cae hace un gran estruendo, mucho mayor del que normalmente haría.

Podría seguir enumerando contras y consecuencias, pero estas tres son ya bastante ilustrativas y... las que me han pasado más recientemente. He sobrecargado fichas que estaban en pie desde hace mucho tiempo. Algunas no resistieron y terminaron por caer -y seguramente me costará mucho volver a levantar-; he encontrado nuevas fichas y sobre una de ellas he puesto cosas que no correspondían, haciendo que cayese cuando no debería haber caído, y sintiendo un auténtico estremecimiento bajo mis pies por su caída, cuando no debería haber pasado de un pequeño ruido.

Éste es uno de los lugares en donde busco refugio cuando estoy así, con pocas fichas del dominó de pie y viendo cómo otras se van desplomando. Es un pequeño claro en la tempestad que me trae tranquilidad, me desconecta y me aleja de todo esto, un pequeño rincón en el que pensar no duele.

CERRADO POR VACACIONES

Ando por ahí perdida disfrutando de unos días de vacaciones. Prometo volver con Clara, Juan, Luis, Álex y un montón de historias más.

Sonrío, respiro, vivo, amo. Soy feliz.

Nos vemos el 8 de septiembre.

CUESTIÓN DE TIEMPO

A veces nos ponemos (nos ponen) en la situación de tener, por fuerza, que retractarnos de cada promesa, de cada beso, de cada abrazo y cada palabra dicha con afecto. Ése momento en el que descubres que ni todo era mentira, ni todo era verdad y no te queda otra opción que apoyar la rodilla en el suelo y suplicar que venga el olvido a intentar disimular nuestras cicatrices, porque la decepción ya no desazona, sino que duele, y no queda más remedio que darle la vuelta al alma como si fuera un calcetín que acabas de sacar de la lavadora.

Porque retractarte de lo todo lo que has dado y recibido no sólo significa que tenemos que renunciar a lo que emprendimos, sino también a lo que somos. Empezar de cero y ser otros. Cuando cambian nuestras metas nosotros mismos debemos cambiarnos. Ya no tienen sentido nuestros viejos gustos, nuestras viejas costumbres, nuestros viejos métodos. Aquello que antes nos valía ha quedado demostrado que ya ni nos sirve, ni nos favorece.

Persistir en el error es estúpido y es un lastre que no nos deja avanzar. Pero... ¿qué haces con todo el dolor que aun te queda dentro?

¿Olvidar es sólo cuestión de tiempo?

VACACIONES

Ahora que todo el mundo está de vacaciones, ahora que sólo quedamos cuatro gatos en Madrid...



FELIZ AÑO NUEVO

Para mí, los años empiezan la madrugada del 29 al 30 de julio, que es cuando cumplo años... y, como si de una nochevieja sin uvas se tratara, siempre hago recuento. Los días previos hago sumas y restas y todavía no ha habido un año en el que el saldo haya sido negativo. Hago largas listas de risas, sonrisas y algún pañuelo, pero siempre, siempre hay mil razones para dar las gracias a un montón de gente que ha estado a mi lado en ese año que para mí se termina. Una larga lista de pruebas superadas, sueños cumplidos...

Este año han llegado algunos nuevos y los he puesto en la primera línea de la foto. No se me escapa ni un nombre esta semana. Los tengo colgados en el corcho, tatuados en el mail, dibujados en sms. Y esta vez también he querido fijarme en todo eso que ha sido tan normal que ha pasado inadvertido, pero que ha hecho que este año sea perfecto.

Me quedo con las mañanas perezosas de los domingos, con una tarde de cañas improvisadas en el bar de abajo, con vuestras caras de sorpresa cuando visteis las cestas de Navidad, con regalos sorpresas enviados a direcciones equivocadas, con desayunos con aceitunas.

Me quedo con días de trabajo en los que me brillaban tanto los ojos que casi se me saltaban las lágrimas, con el sabor de los tomates de una tomatera que apenas duró una semana, con el proyecto de un libro que se paró en la segunda página, con tortitas con chocolate a las doce de la noche. Me quedo con la urgencia de tus manos desatando la lazada de mi blusa, con la sorpresa de sentir tus besos en mis labios, con lo que fue, sin pensar en lo que pudo haber sido.

Me quedo con las entradas del Jardín Botánico, conversaciones perdidas a las tantas de la mañana con unas cuantas copas de más, con paseos de la mano por las playas del fin del mundo, con un plato de couscous de cordero, con los cientos de mails, con un millón de besos, con un ramo de calas naranjas.

Me quedo con el recuerdo de los amigos que fueron pero ya no son y el respeto a no querer crear más recuerdos compartidos. Me quedo con tus lágrimas diciéndome cuánto dolía tener el corazón roto, con regalos de cumpleaños inesperados pero no por inesperados menos especiales, me quedo con esa canción que tuve en la cabeza todo el fin de semana y que me hizo romper a llorar en cuanto te diste la vuelta.

También me quedo con las cañas de todas las tardes durante el mes de julio saliendo de trabajar a las tantas, con alguna pataleta acallada con tequila, con todos los nuevos que han ido llegando, sobre todo aquellos que al principio no encajaban demasiado pero que en poco tiempo se han convertido en imprescindibles, con las trastadas en despachos ajenos y los desayunos con churros de los viernes.

Me quedo con lágrimas de alegría y alguna llantina interminable. Con secretos descubiertos y entendidos y con anécdotas que nunca dejan de hacernos reír, me quedo con esas noches en las que dormiste a mi lado y, sobre todo, con todos los que en algún momento, habéis pegado vuestra nariz a este blog.

AUNQUE TE DÉ LO MISMO

Cuando no estabas mirando, cuando estabas esperando en el coche, mis dedos soñaron con acariciar los tuyos mientras tamborileabas en el volante. Cuando casi te estabas quedando dormido, deseé entrar en tus sueños para ponerlos patas arriba y llenarlos de risas.

Cuando estabas pensando y se te frunció el ceño, quise entrar en tus pensamientos para dejar caer flores sobre tus nubes grises y llenarlas de color. Cuando ibas al cine quise acurrucarme a tu lado y agarrarte la mano.

Cuando necesitabas caricias quise esconderme dentro de tu comida para poder besarte los labios y perderme dentro de ti. Cuando vayas corriendo porque llegas tarde, desearé soplarte en el pelo y llenarte de brisa los ojos para que brillen tanto como cuando sonríes.

Y hoy, como cada noche, dejaré caer mi cabeza sobre la almohada para poder soñar contigo. Sin querer, aprendí cómo se hace y ahora sueño tanto contigo que no creo que nadie más pueda hacerlo. Porque mi corazón aprendió a latir cuando te conocí.

Aunque no te hayas enterado.

Aunque te dé lo mismo.



DOLOR

El dolor tiene formas tan diversas y curiosas de manifestarse como maneras de ser abordado. Hay infinidad de estímulos dolorosos y una cantidad importante de receptores para interpretarlos, decodificarlos, diferentes umbrales, distintas personas con distintas experiencias pasadas que entonces interpretarán y sentirán algo cada vez diferente ante un mismo estímulo.

Pero, sobre todo, el dolor es un signo de alerta: quemarnos nos hace quitar la mano, un pisotón nos dice que cambiemos de compañero de baile y una opresión en la cabeza, que nos demos un respiro.

A veces, no todo es tan claro ni tan sencillo ni tan "me tomo un paracetamol, me anestesio y ya".

Ahora, por ejemplo, tengo en algún lugar del alma un dolor incisivo, como rasgado, del que a ratos me puedo evadir y que por momentos vuelve y me recuerda que es una alarma, pero yo, que estoy muy dormida, resignada o ciega, no consigo darme cuenta de cuál es el fuego, el compañero de baile o el trabajo del que tengo que huir despavorida para conservar mi integridad. O mi ego. O mi constante ilusión de que "puede que algún día...".

Y entonces nada de la inmensidad de mi botiquín sirve para estos casos.

CLARA Y JUAN

Sentada en el sofá, los ojos llenos de sal y sabor a tequila en la boca y Juan sentado a su lado, preparado para escuchar lo que tenga que decirle en una conversación en la que a ella se le sale el alma por la boca y su corazón gria socorro dentro del pecho.

- ¿Por qué no me has dicho nada en todo este tiempo? Somos amigos, Clara, pensaba que sabías que podías contar conmigo.
- Me dijiste que no te gustaba cómo miraba a Luis, por eso nunca te he vuelto a hablar de ello.
- No Clara, no has entendido nada, a mí me da igual cómo mires a Luis, pero eres mi amiga y te quiero y no me gusta ver que te están haciendo daño y no poder hacer nada por evitarlo. Además yo… - Juan duda-, yo…

Un silencio incómodo se acomoda entre los dos, mientras Clara intenta contener las lágrimas, hasta que levantando la cabeza, mira inquisitivamente a Juan y le dice: "Tú lo sabías, ¿verdad?".
- Lo sabemos todos menos él, Clarita. Luis es el único que todavía no se ha dado cuenta de que estás loca por él.
- Pero yo sólo soy su parche. Él nunca me ha querido y yo no sé quererle de otra manera que no sea así...

Juan intenta consolarla. No puede hacer nada por aliviar el dolor de ese corazón roto. Tan sólo esperar que su abrazo la reconforte. Pero Clara no necesita que la reconforten, necesita decir lo que siente y, como un torrente, las palabras y las lágrimas brotan, sin que nadie pueda hacer nada por detenerlas.

- Y ahora él está con Álex, y yo le quiero, pero no sé si puedo seguir teniéndole en mi vida como hasta ahora, porque desde que me la presentó, yo soy como de piedra, no puedo moverme de donde estoy, intento seguir viviendo, intento olvidarle, pero le busco en cada rincón, y siento que mi corazón no late y que hasta respirar es un esfuerzo...

También le dice que se murieron los sueños y las ilusiones, que sólo queda el dolor. Y que quiere que se acabe. Que quiere que acabe todo de una vez por todas, pero que si deja de llorarle tal vez también deje de sentirle y, a pesar de todo, quiere sentirle, aunque sea lejos, aunque él no la quiera sentir a ella.

RUTINAS

Mi lavadora no tiene marca o, al menos, es tan desconocida, que es como si no la tuviera. Tiene un tambor pequeño y no tiene opción de media carga, pero tiene una cosa que se llama centrifugado intensivo, que deja la ropa casi seca. También tiene un programa muy bueno para ropa delicada, con lavado en frío.

Ayer por la tarde, aprovechando un hueco en una agenda desquiciante, encontré el tiempo suficiente para ponerla y esperar. Sentarme a esperar al sol, a que terminara de lavar mis camisetas. En silencio, con las persianas medio bajadas -o medio subidas-, y al sol, detrás de los cristales. Tumbada en el sofá, medio soñando, medio esperando a que dejara de arrullar la ropa.

Eran camisetas de colores. De manga corta y de tirantes. Roja, negra, verde pistacho, azul marino, otra negra... Las coloqué en el tambor y cerré la puerta hasta que hizo “clic”. Coloqué el detergente y puse un tapón extra de suavizante con olor a limpio.

Sí, me gusta. Esto también me gusta. A veces, la rutina más vulgar puede ser algo muy gratificante.

LAS TIJERAS DE LA COCINA

Tengo una teoría sobre las tijeras de la cocina. En realidad no es mía del todo, pero estoy segura de que la persona que me la contó no tiene ningún problema en que os la cuente.

Te levantas por la mañana, o a mediodía, o a las cuatro a de la tarde, y te vas a preparar un colcacao, abres el brick de leche, ese que viene con abrefácil pero no hay quien lo abra, ¿con qué? con las tijeras de la cocina. Luego, a la hora de comer, tienes que empezar el paquete de arroz, ¿con qué lo abres? con las tijeras de la cocina. Prueba a hacerlo sin ellas, seguro que te ha pasado, haces tanta fuerza que se abre de golpe todo el paquete y se cae todo el arroz al suelo en una proporción inversamente proporcional al tiempo que hace que has limpiado o a los minutos que faltan para que tu madre se presente en tu casa.

Usamos las tijera de la cocina para casi todo, cortar la verdura, trocear el pollo de la ensalada, abrir la caja de la televisión nueva, que parece que viene dentro de una caja fuerte por lo bien cerrada que está, quitar las etiquetas del jersey nuevo... en fin, que siempre recurrimos a ellas.

Un día vas a abrir el paquete de café y las tijeras no están donde deberían, ni en el cajón de los cubiertos, ni en el lavavajillas, ni en el fregadero... se las ha tragado la tierra.

Y ahí, en ese momento, es cuando las echas de menos de verdad. Cuando te das cuenta de lo útiles que son, de cómo el equilibrio de tu vida depende un poco de las tijeras de cocina. Te acuerdas de lo fácil que es todo cuando están ahí, de cómo la vida es un poquito más fácil de andar si nos podemos apoyar entre los dos.

Hasta ese momento nunca les habías hecho caso. Puede que ni siquiera te acuerdes de qué color es el plástico que las protege. Ni siquiera les habías dedicado un sólo segundo de tu tiempo, todo el día atareada usando el microondas, la batidora, o el cachivache ese que cocina solo, porque, todo sea dicho, por fuera tienen mucho más glamour.

Compara las tijeras con quien quieras. A mí me hace sonreír pensar que aunque no me dé cuenta, siempre hay alguien ahí esperándome en un rincón del cajón de los cubiertos y que, aunque no le preste toda la atención que se merece, nunca se le van a acabar las pilas.

Alégrate si un día descubres que tú también tienes unas tijeras y que hasta que no desaparecen no les das el lugar que se merecen en tu lista de prioridades. Y tranquilo, porque aunque ahora no estén, volverán y gracias a ellas, dejarás de poner la cocina perdida de arroz.

TIRAR LA TOALLA

Siempre me ha gustado más la expresión tirar la toalla, que rendirse. En el fondo tienen el mismo significado, pero creo que es menos derrotista, porque uno no tira la toalla para quedarse tal cual, la suelta para coger otra; es quitarse el pijama, calzarte tus zapatos de tacón y salir a la calle para volver a correr, para seguir andando, aunque sea en otra dirección.

¿Cómo sabe uno que ha llegado el momento de tirar la toalla?. Tirar la toalla, ¿es de valientes o de cobardes?

Cuando uno empieza a hacerse estas preguntas desde el lunes, y el viernes por la tarde, se las sigue haciendo… y pasa una semana, y llega de nuevo el viernes y entre cañas y hamburguesas sigue pensando en trazar la línea en el mapa que le ayude a huir, ¿es entonces el momento?, ¿es huir o es seguir andando en la misma dirección?

Esto de huir y empezar otra vez, ¿depende de la naturaleza de cada uno? A veces me pregunto si algunos tenemos algo en el espíritu que nos impide estarnos quietos o es que realmente nos lo merecemos.

Aire, aire... necesito aire.

CONVENCIONAL

Hoy está siendo un día convencional. Nada especial. De estos días de trabajo en los que si me llevara las preocupaciones a casa, llegaría cargada. Si gritara en el trabajo, ahora me picaría la garganta por haber estado todo el día enfadada. Con la espalda dolorida.

Un día absurdo, por no tener tiempo de salir a tiempo. Por salir por la puerta de atrás. Por salir con las calles vacías. Pero todo eso se puede dejar pasar, aunque hoy no haya habido sonrisas, no me gustara mi blog, y tampoco haya habido guiños ni manos amigas.

Con lo que no puedo es con que hoy haya sido un día con saludo convencional. Con un "Hola, ¿qué tal estás?" políticamente correcto y un saludo tan frío que podría haber helado la calle.

Si por lo menos hubiésemos hablado del tiempo, habría tenido sentido. Es más, creo que yo andaba pensando que parecía que ya volvía el buen tiempo y que es lo que toca por esta época del año. Si fuéramos en el ascensor y no nos conociéramos tendría más sentido. Qué triste, ¿no? habernos convertido en vecinos del mismo ascensor. Un vulgar buenos días y un "Pues sí, hace un día estupendo"... ¿y ya está?

No. No me ha gustado. No me gusta verte y que salgas corriendo y yo, tan parada y tan seca que sólo puedo mirar mientras te alejas y pensar en el reloj y en las horas que lleva dando vueltas. Que te vayas así, dándome la espalda, hablándome de nada y yo diciéndote que sí con la cabeza y arrancándome jirones del corazón.

No, tú no... Ahora no... Así no me gusta.

CLARA Y ÁLEX

Clara llega a casa después de pasarse toda la cena sonriendo, pese a que por dentro las lágrimas le quemaban en los ojos y en la garganta y apenas le dejaban respirar.

Sólo puede pensar en lo injusto que es todo. Cuando todo termine entre Luis y Álex, será a ella a quien busque. A Clara, a la perfecta amiga, la que siempre está cuando él necesita refugio.

"Vendrás a mí. En mis ojos no habrá preguntas ni recriminaciones. No tendrás que decirme nada, porque sabré cómo te sientes y por qué te sientes así. Te diré las palabras que deseas oír. Pondré tiritas en tu alma con jirones de mi corazón y por un instante, serás mío".

Intenta consolarse pensando que, a pesar del paso de los años, ella es la única que sigue a su lado y él siempre termina recurriendo a ella, a su chica favorita... pero no puede, porque Luis nunca la mira, porque él no es capaz de verla. Para él sólo es su amiga y nunca será nada más que eso.

Y eso es lo que le duele. Ellas tienen su corazón durante unos meses, y ella lo tiene siempre, pero no como ella quiere. Aunque ella gana batalla tras batalla, siente que está a punto de perder la guerra.

Es tarde y está cansada. Tendida sobre las sábanas de hilo y corroída por los celos, siente cómo el mundo se deshace bajo los pies de la cama.

PRIMAVERA

Esa tarde llovía. Yo iba en el coche y sólo llegaba el sonido lento y repetido de las escobillas del cristal, afanándose sin descanso por quitarme las gotas de los ojos.

Llovía, pero poco. Eso sí, estaba muy nublado. La tarde era gris, una tarde nueva de una primavera que empezábamos a estrenar. Una primavera llena de agua lenta y de silencio al ritmo del limpiaparabrisas.

Y es que el día no podía acompañar. Era lunes, no queríamos trabajar los que teníamos oficina a la que ir, y los que son de la calle, no encontraban esa tarde la gracia a eso de no tener casa. Los que estaban a dieta, no habían perdido peso. Los que no estaban solos, aún no tenían bastante para sentirse acompañados y los que estaban solos no estaban seguros de querer estarlo. Los que habían comido, no terminaban la digestión de los postres.

Es lo que tienen las primaveras cuando llegan como ésa, rápido, sin avisar y con los pies descalzos, llenos de lluvia. No hacen ninguna gracia.

"El detalle para esta tarde debe ser andar despacio", me dije. "Y mirar". Como pude, saqué los ojos por la ventanilla y me dediqué a seguir a los paraguas. Uno, dos, una niña con botas de agua, uno con maletín, dos que se cruzan... Y de repente, como surgen las musas, la inspiración y los amores sorpresa, mis ojos se posaron en ti...

Se me había olvidado que yo te quería. Que me enamoré de ti cuando te vi. Que me pedí uno como tú durante muchos años en mi carta a los Reyes Magos. Que me volví a enamorar cuando te vi más de cerca, y el corazón se me salía. Y tus manos, el ritmo de tus manos me dejó donde yo quería, que era al lado de tus dedos. Y tus ojos... Justo así, como la última vez, así iban conmigo esa tarde.

Ha sido un segundo y ha parado la calle, la lluvia y la tierra y a mi me ha dado cuerda para volver a sentir que el pecho se me llena de aire, de lluvia y de miedo cuando te veo, y los ojos se me hacen más grandes y más oscuros.

Miro al cielo, como puedo, mientras dos nubes me llenan los ojos de agua. Miro al cielo y veo la luna, medio dormida. Aún andas apostado en la luna, mirándome, y tú lo sabes. Aún hay un hombre en la luna que me sigue mirando.

EN EL MEDIO

El instinto de supervivencia hace que podamos soportar cosas que jamás pensaríamos que podríamos soportar, con tal de sobrevivir de la mejor manera posible. ¿Quién no se ha sentido alguna vez en el medio de todo, o de mucho, al menos? ¿Quién no se ha preguntado frente al espejo cuándo terminará esto, qué destino me espera o a qué puedo aferrarme?

Pasa... hoy mi vida pasa, sólo pasa, transcurre... sintiéndome herida en el alma y el corazón, haciendo caso omiso de los intentos desesperados de ciertas manos por rescatarme. No quiero estar en el medio. Lo digo, lo pienso, lo repito, lo grito: no quiero estar en el medio. No voy a estar en el medio. Esta vez no.

No quiero estar en el medio porque ya he estado, y ya pasó y ahora vuelve a pasar, y no me puedo mover de donde estoy, y estoy en el punto en el que todos me pueden ver. No me puedo esconder, no puedo correr, no puedo siquiera intentar ponerme en otra posición. Sólo puedo permanecer aquí, sola e inmóvil frente a ojos que me juzgarán cuando todo esto termine.

CANSANCIO

Ana escucha con atención. Se esfuerza en vaciar su mente y dejar fuera el resto del mundo. Ahora nada más importa, tan sólo sus palabras. Pone tanto empeño que pareciera la última vez que fuera a oír su voz.

Cada una de sus palabras es un dardo envenenado. Pero ya no importa. De hecho, ya casi nada importa. Sabía cómo iba a terminar esa conversación incluso antes de empezarla, pero necesitaba oírlo de sus labios, aunque lo haya sabido desde siempre.

Ha peleado durante meses y su única recompensa ha sido la voz ronca de gritar y los ojos rojos de llorar, de rabia, miedo y de impotencia. En realidad, ese es su único motivo de orgullo, haber entregado hasta el último latido, con el temor pintado en el rostro y la esperanza muriendo en los ojos.

Quiere llorar, pero sólo siente un tremendo cansancio. Cuando por la noche se mete en la cama, se seca las lágrimas con la funda de la almohada. Le queda un regusto amargo en la boca: el sabor de la soledad. Hasta ahora pensaba que tenía algo que ver con el desamor y la frustración, pero acaba de darse cuenta de que lo lleva dentro, como un mal incurable.

SALVAVIDAS

En toda amistad hay un momento en el que se produce un punto de inflexión, cuando por primera vez vemos a esa persona romperse. Es un punto en el que cambia la forma en que vemos y queremos a esa persona, la vemos tal cual, con todas sus miserias.

Cuando ese amigo se quiebra en nuestros brazos cambian muchas cosas, es un momento de mierda en el que le vemos vencido con sus penas a flor de piel, totalmente vulnerable, y ahí estamos, intentando contenerlo, queriendo ser un pequeño salvavidas al que pueda aferrarse en ese mar de desilusiones, fracasos y traiciones.

Generalmente notamos cuando uno de estos momentos está por llegar, vemos cómo poco a poco va perdiendo fuerzas y la voluntad de continuar y a veces le damos la espalda antes de que él o ella caiga del todo, así evitamos tener que ser un salvavidas. No es que disfrutemos con su sufrimiento, ni mucho menos, sino que tal vez no tenemos un lazo afectivo suficientemente fuerte, o consideramos que nosotros no somos quienes debemos estar o, simplemente, nosotros también estamos intentando mantenernos a flote en un mar de dolor, consiguiendo a duras penas salir a la superficie cada vez que una nueva ola nos rompe encima y nos hunde; y si además tenemos que cargar con su peso, terminaremos hundiéndonos los dos, así que decidimos dejarlo a la deriva, que intente llegar a otro salvavidas con sus últimas brazadas.

Pero otras veces no le damos la espalda y ponemos nuestro hombro, intentamos que sufra lo menos posible y que se recupere pronto, nos esforzamos para ser un salvavidas fuerte, resistente, un salvavidas que sea capaz de mantenerlo a flote hasta que pueda volver a nadar, hasta que ese mar de angustia se transforme en un simple charco.

A veces este tipo de momentos llegan de golpe, otras llegan a nuestra puerta cubiertos de lágrimas y sorprendidos abrimos preguntando qué ha pasado y les escuchamos, intentamos aconsejar y nuevamente se abren las dos posibilidades, nuevamente podemos intentar ser su salvavidas, ser un pequeño refugio de esperanza al que pueda aferrarse con sus brazos cansados... o no, cerrar la puerta cuando salga y no buscarle, dejar que se marche y se lleve sus problemas.

Cuando es la primera vez que vemos a un amigo quebrarse tenemos que tomar esa decisión, no hay forma de esquivarla, ni mucho tiempo para pensar sobre ella. Es algo que sale de nosotros, de hecho, creo que ni siquiera la analizamos, simplemente hacemos lo que sentimos: o lo dejamos ahí, ahogándose, o nos tiramos de cabeza y nos empapamos junto a él.

Aquí es donde se produce el gran cambio en la amistad, o los lazos se fortalecen de una manera increible, o ambos nos damos cuenta que esa amistad nunca será algo grandioso. Varias veces he sido salvavidas y otras tantas he decidido no serlo.

Tengo un amigo al que nunca veo, el tiempo y el destino hicieron que nos alejáramos. En un momento sentí que él iba a necesitar un salvavidas y yo no fui uno, no me tiré de cabeza a su mar para ayudarlo.

Irónicamente, un día yo necesité un salvavidas. Fue un instante, pero necesitaba uno, el agua me había tapado y no podía mantenerme a flote solamente con mis brazos, y él lo fue. Él fue mucho más amigo de lo que yo había sido. La vida nos había separado y, cuando pude nadar de nuevo, nuestros caminos volvieron a separarse. Saber que yo no estuve y que él estuvo, es uno de los pesos que llevo. Saber que probablemente después de que él estuviera, necesitó un salvavidas y que tampoco estuve, es uno de esos pesos que cargaré sobre mis hombros hasta que mi corazón deje de latir.

Tal vez algún día tenga la posibilidad de ser su salvavidas, y tal vez, sólo tal vez, logre hacerlo bien. Y tal vez, si logro hacerlo bien, si logro mantenerle a flote, eso haga que mi peso sea más liviano, tal vez sí, tal vez no, no lo sé... No pido eso. No pido que mi carga sea más ligera, lo que pido, lo que deseo de todo corazón, es que sea feliz, que necesite muy poquitos salvavidas durante su vida y que en los momentos en los que se esté ahogando encuentre salvavidas que le mantengan a flote, amigos que sean lo que yo no pude ser.

EL SABOR DE TU PIEL

Sentada en el sofá, Clara mira por la ventana. Sujeta una copa de vino entre sus dedos mientras lágrimas rebeldes inundan su rostro. “¿Por qué tengo que quererle?”, piensa.

Desde su piso intuye una silueta conocida en el portal, y abre la puerta. Se queda esperando en la de casa a que suba y se deja caer en los brazos de Luis, suplicando por un poco de alivio para su alma.

Sus dedos se buscan entre las capas de ropa. El universo de Clara se tambalea. No quiere más, le vale con ver sus manos encajando, como si se hubiesen estado buscando siempre.

Sentados en el sofá, con la cabeza apoyada en el pecho de Luis, éste jugaba con su pelo. Su brazo la asía tan firmemente que ya no bastaba sólo con oír el latido de su corazón y Clara trepa hasta encontrarse con los labios de Luis, que se unen con los suyos.

En algún momento los ruidos desaparecieron, la civilización los olvidó en el sofá, solos Clara y Luis… Las manos de Luis colándose bajo la camiseta de Clara hasta dejarla en el suelo, mojando sus deseos.

Clara besó a Luis, y Luis a Clara, y se besaron, como si no fuese a haber un mañana. Prisionera del escalofrío de sus labios y de sus manos, perdidas donde las temperaturas no tienen limites, robándole el pensamiento, encendiendo todo lo que sus dedos iban rozando, hasta derretirla…

Ya no es suficiente el contacto de la piel, la saliva mezclada y la ropa desperdigada por el suelo. Ya no les basta con ser dos. Y envolviendo sus cuerpos se enlazaron para nadar más allá de las olas.

Clara podía sentir el aliento de Luis. Como único abrigo sus cuerpos. Un segundo antes de quebrar el mundo, Clara despierta.

Sentada en el sofá, Clara mira por la ventana. Sujeta una copa de vino entre sus dedos mientras lágrimas rebeldes inundan su rostro. “Yo sólo quería descubrir el sabor de tu piel, sentir que podías ser mío. Yo sólo quería pasar una noche contigo…”

TE SENTÍA SIEMPRE TAN CERCA...

Te sentía siempre tan cerca... Con las manos me abrías el pecho y me soplabas por dentro. Luego me cosías, despacio, como un artesano, punto a punto, yo sentía la aguja y dolía.

Dejabas dentro tu aliento, calentándome el alma, entibiándome el cuerpo. Tú me soplabas y yo era una flor, mi polen volaba y mi sangre corría.

Después, cuando no estabas, sólo quedaba la herida, punto a punto, yo la sentía y dolía. Sentía el frío que sigue al aliento y dolía, todo dolía cuando no estabas, hasta el aire dolía...



TU VENTANA

He vuelto a pasar por esa esquina. Esa que está sólo a una manzana de mi casa. No tiene nada de especial, nada que la distinga de las otras miles de esquinas que hay en Madrid, salvo que en esa precisa esquina hay una casa. Y esa casa tampoco es especial, pero hay algo en ella que siempre me llama la atención cuando paso por ahí, un árbol. Un árbol que empieza a llenarse de hojas verdes y de esas frutitas chiquititas y rojas.

Un árbol en el patio de una casa es algo normal. Si no fuera por lo que descubrí después de pasar por ahí y observar detenidamente durante mucho tiempo: justo después del árbol de hojas verdes y frutitas rojas, con ese olor a verano que tiene un jardín recién regado, descubrí una ventana. Una ventana siempre abierta, incluso los peores días del crudo invierno.

Pasaba siempre, todos los días... y cada día que pasaba me intrigaba más saber a quién le pertenecía aquello que para mi era mágico y atractivo: una ventana escondida por un árbol con olor a verano. Me generaba una mezcla de intriga y ansiedad por un lado, y de misterio por el otro, donde una no sabe si lo que quiere es enterarse de todo, o imaginarse lo que a una le dé la gana un ratito más.

Un día ganó la curiosidad y decidí pararme a esperar (a saber en qué estaría pensando). La ventana... Lamentablemente, por mucho que duró mi espera, no pasó nada. Nada de nada. La ventana seguía abierta, el árbol seguía manteniendo en silencio el secreto que tan bien se empeñaba en esconder.

A partir de ese momento pasé por ahí todos los días. Todos y cada uno de los días era la misma escena: caminar rápidamente la distancia que separaba mi casa de esa esquina, llegar y pasar caminando todo lo despacio que permitieran mis piernas sin llegar a detenerme, para poder prolongar ese momento frente a la ventana lo más posible.

Un día te vi. En un principio confieso que me asusté y me sentí un poco invadida. Parecerá extraño, pero hasta ese momento, sentía que esa ventana cubierta por las hojas del árbol me pertenecían y eran sólo míos.

Esa sensación desapareció. Porque después te vi. Te vi bien, claro. Y entonces pensé que no me importaba compartir mi árbol (tu árbol) contigo. Nunca te hablé. Jamás te pregunté si te molestaba que una vez por día, a cualquier hora, pasara por tu ventana y me sentara enfrente durante horas a mirarte la vida.

Nunca mantuvimos más contacto que un guiño cómplice y una mirada sutil durante unos minutos. Nada más que eso y, sin embargo... todo.

ESFERAS DE CRISTAL

Creo que guardamos nuestros sueños, nuestras ilusiones, en pequeñas esferas de cristal... transparentes, puras... esferas realmente hermosas, que tienen la capacidad de flotar en el aire... y cuando varias de estas hermosas pompas de cristal con nuestros sueños flotan a nuestro alrededor, pueden hacernos flotar a nosotros también, elevándonos hasta un mundo de ensueño donde no llega el dolor. Es como si nosotros estuviéramos planeando envueltos en sueños viendo desde allí arriba lo que sucede, como simples espectadores y nada nos puede afectar.

Lo malo es que cuando estamos así, inmersos en nuestras fábulas, nos emborrachamos de felicidad y creemos que definitivamente ya nada puede afectarnos, confiando en que esas pequeñas esferas son invulnerables y serán capaces de resistir hasta que la ilusión que lleven dentro se transforme en realidad.

Ignoramos por completo su verdadera fragilidad, no nos queremos dar cuenta de que el cristal de esas esferas es muy fino que ante un golpe pueden estallar, hiriéndonos con los pedazos de cristal roto que vuelan con la onda expansiva y dejando que nuestra ilusión se esfume en el aire.

También está el hecho de que al alimentar una ilusión, la esfera que la alberga debe contener una mayor presión y crece, y cuanto más grande es ese sueño mayor es la esfera y mayor es la cantidad de cristales rotos que vuelan por los aires, golpeando a otras esferas que se encontraban cerca, resquebrajándolas y haciendo que también estallen...

A veces no podemos contener la reacción en cadena, y nos angustiamos viendo cómo nuestros sueños se pierden entre nubes, viendo cómo pedazos de cristal se nos clavan, pero no hay sangre, porque no es nuestro cuerpo el que se lastima, es nuestra alma... y cada vez estallan más esferas hasta que llega un momento en el que las poquitas esferas que quedan ya no son capaces de mantenernos en esa dulce levitación, y nos caemos... caemos y nos estrellamos contra el suelo... y si alguna esfera había sobrevivido y aún albergaba un sueño, es probable que caiga al tiempo que nosotros y quede hecha añicos. Y ahí terminamos, en el suelo, estampados contra la realidad, doloridos por semejante golpe, llenos de heridas producidas por pedazos de cristal y con todos nuestros sueños rotos.

Hay personas que no quieren volar, que se cuidan de mantener poquitas esferas flotando a su alrededor. Esas personas no corren el riesgo de caer, no conocen la sensación de vacío que se produce en nuestro interior cuando caemos, la desesperación de ver cómo empiezan a estallar burbujas y saber que una caída es inminente... pero tampoco conocen la sensación de flotar junto a esos sueños, de dejarlos volar libres y conocer los lugares a los que quieran llevarnos, abandonar la seguridad del suelo y llegar a donde nadie ha llegado.

Tal vez el secreto para no terminar precipitándose esté en encontrar una persona con la cual volar, alguien que te acompañe y disfrute contigo de esos sueños, tal vez a las esferas de cristal no les alcance con el amor de una sola persona para mantenerse íntegras. Quizás el secreto está en cuidar esas ilusiones entre dos... en armar ilusiones juntos y volar jugando entre las nubes viendo cómo algunos de esos sueños se van convirtiendo en realidad.

HOY NO

Hoy no estoy animada. Arrastro desde hace días la manta del sueño y el aburrimiento, del no-sé y la pereza... pero hoy tampoco es mi día, no tengo mi puntito.

No tengo ganas de nada en especial. Al menos, no tengo ganas de llorar... pero tengo un no sé qué, que no sé qué es... que me ha pintado de gris y me secado la sonrisa desde hace unos días. Sigo sintiendo que he perdido algo... supongo que si le ato un nudo al pañuelo aparecerá todo lo que se me ha caído y no encuentro.

No sé dónde están mis lágrimas... si al menos vinieran ellas, esto pasaría (porque después de la tormenta siempre viene la calma), y es como lavar la ropa blanca: pasa por la lavadora y sale con más bríos y con otro color, más brillante.

No sé dónde está mi corazón. Ha salido rodando y está, por lo menos, escondido detrás del hígado. Creo que está cansado y piensa que si no lo encuentro, me tendrá que doler otro órgano que no sea él. Y lo peor de todo, no sé dónde está la esperanza. ¡Pero si estaba aquí, la tenía a mano, en el bolso, entre las llaves de casa y el móvil!

Con las dos únicas con las que me he encontrado hoy han sido la soledad y la tristeza, justo con las dos que no me quería encontrar. Se han agarrado cada una a un brazo y no se separan. Se han comido mi desayuno, se han quedado con el recuerdo de mis sueños esta mañana, me han escondido las zapatillas y se han leído ese libro que tanto me está gustando...

¿Me mandas un beso y un abrazo? Así seguro que vienen las lágrimas, la tormenta, la calma después... y estas dos pesadas se van a buscar a otro del que colgarse y me dejan a mí tranquila.

Seguro que si me lo das, uso el pañuelo con un nudo para secarme las lágrimas y al irme a dormir volveré a encontrar la esperanza. Miraré debajo de la cama y allí estará todo... quizás no estés tú para abrazarme, ni tenga el abrazo que necesito, pero todo lo demás, sí.

CUATRO AÑOS

Nico no puede dejar de mirarla. Lleva un vestido estampado negro y blanco con un más que generoso escote y unos zapatos negros con un tacón interminable. El pelo castaño, con mechas rubias, suelto, le cae hasta los hombros y, a veces, cuando se mueve, le tapa la cara.

Se acerca a ella y le toca el hombro.
- ¿Eva?-, pregunta dubitativo
Eva se gira, despacio. “Está preciosa”, piensa Nico.
- ¿Nico?, ¿eres tú?-. Sonríe- ¡Qué casualidad! No nos vemos desde hace… desde que terminamos la universidad, hace por lo menos cinco años.
- No, -corrige Nico-, nos vimos un año después en una cena.
- Es verdad, se me había olvidado. ¿Por quién vienes por el novio o por la novia?
- Juego al fútbol los sábados con el novio, ¿y tú?
- Trabajo interminables jornadas con la novia – dice ella sonriendo. – Bueno, ¿me das dos besos o qué?

Nico sujeta su copa con fuerza mientras ella le planta un beso en cada mejilla. Tenerla tan cerca todavía hoy le pone nervioso.

Un rato después ya se han puesto al corriente de todo lo que han hecho en el tiempo en el que no se han visto. Nico está soltero, no tiene pareja y trabaja en el departamento jurídico de una multinacional y Eva estuvo mucho tiempo con un compañero del despacho en el que trabaja, pero se acabó hace casi dos años, desde entonces no ha habido nadie importante.

No pasa casi nunca, pero a veces entre dos personas se crea un vínculo, un lazo tan fuerte que da igual el tiempo que pase entre la última vez que se vieron y la siguiente, el puente sigue ahí, inmutable, firme, preparado y dispuesto a unir las dos orillas. Han pasado cuatro años sin hablarse y es como si se hubieran visto ayer.

Entre ellos hubo eso. Y Nico acaba de descubrir que sigue habiéndolo.

CLARA Y ÁLEX

Juan mira a Clara sorprendido.
- ¿Cómo que no sabes nada de Luis? Yo hablé con él el otro día y me dijo que llevaba dos semanas llamándote continuamente y que no le cogías el teléfono… ¿Todavía estás enfadada con él?
- No, no es que esté enfadada – dice Clara, - es sólo que no he tenido tiempo
- Es la peor excusa que he oído nunca, ¿cómo no vas a haber tenido tiempo para descolgar el teléfono en dos semanas? – insiste, mientras Clara se ruboriza-. Bueno, pues esta noche lo tendrás. He hablado con él y me ha dicho que sí que viene, y que trae a un amigo, un tal Álex, ¿te suena?
- No me suena, es la primera vez que oigo hablar de él, será alguien del trabajo, supongo. Y… ¿su amiga? –pregunta Clara tímidamente-, la chica esa con la que estaba… ¿sabes algo de ella?
- Debe ser un monumento y por eso la mantiene lejos de todos nosotros – dice Juan guiñando un ojo.
Clara baja la mirada.
- Lo siento, Clara, no me he dado cuenta. ¿Cuándo le vas a decir que estás enamorada de él?

Por suerte para Clara, en ese momento suena el timbre y se levanta a abrir, agradeciendo la interrupción que le ha librado de la incómoda pregunta. De camino a la puerta, se mira en el espejo del pasillo y se coloca el pelo, coqueta. “Bueno, tampoco estoy tan mal”, piensa.

Abre la puerta y ahí está Luis. Ella lleva dos semanas esquivando sus llamadas, todavía le duele el plantón del día que quedaron a comer, pero eso no parece frenar a Luis, que saluda esbozando una sonrisa de oreja a oreja.

El corazón de Clara late acelerado. Puede sentir el olor de la colonia de Luis inundándolo todo, está recién duchado y lleva la camisa que ella le regaló por su cumpleaños. “Está tan guapo”, piensa Clara.

- Hola, Clarita. ¿No me vas a perdonar nunca? De verdad, que se me olvidó poner en hora el reloj. ¿Cómo iba a dejar plantada a mi chica favorita?
Clara hace un gesto con la mano, intentando quitarle hierro al tema, y mira hacia el suelo, avergonzada de habérselo tomado tan en serio.

Cuando levanta la vista, Luis sonríe de nuevo
- Álex, ella es Clara, mi mejor amiga. Clara, ella es Álex, la chica de la que te hablé.

LLUVIA

Tengo una relación rara con la lluvia. Algunos días disfruto mojándome, salgo a la calle y dejo que la lluvia me empape y las gotas resbalen por todo mi cuerpo, sin prisa, dejando que me caigan encima y me calen, disfrutando de cada una de las gotas que siento caer sobre mí.

Sin embargo, otras veces huyo de la lluvia como el gato del agua. Sólo quiero esconderme y que ni me toque. Esos días en los que cada gota es portadora de un sueño roto o una ilusión frustrada y sólo puedes verla estrellarse contra el suelo con absoluta impotencia.

A pesar de todo, la lluvia me sigue gustando, y en esos días me meto en casa, corro las cortinas, doy la vuelta al sillón y lo pongo frente a la ventana, cojo una taza de chocolate calentito y me siento a ver la lluvia caer y resbalar por los cristales. Pero yo estoy dentro, donde no puede tocarme.

Si al final hoy llueve voy a esconderme en casa. No quiero oír el sonido de las gotas contra los cristales, ni el olor de la ciudad mojada. Me voy a quedar acurrucada en mi guarida, a salvo, aunque eso implique perderme el desfile de paraguas y el resto de las cosas de fuera.

No tengo nada a lo que agarrarme que no sean esas diminutas gotas de agua que se desvanecen al tocar el suelo y con ellas mi confianza y mi seguridad. Hoy tengo el corazón roto y la lluvia son las lágrimas que yo no soy capaz de derramar.

DECLARACIÓN DE INTENCIONES

Si alguien me dice hoy algo que no quiero oír, pienso editarlo, como ella. Hoy sólo voy a oír lo que yo quiera oír.



DOS MINUTOS

Ana mira el calendario. Seis de abril. Cualquier otro mes, no lo tendría tan claro, pero esta vez sabe exactamente cuándo fue su última regla, justo antes de irse de vacaciones. De eso hace ya más de un mes.

Intenta echar cálculos mentalmente, pero pierde la cuenta una y otra vez. Vuelve a mirar el calendario y cuenta con los dedos… Catorce días.

Abre el bolso y saca el test de embarazo que compró ayer. No es la primera vez que se hace un test de embarazo, así que ya sabe cómo va esto. Por si acaso, le echa un vistazo al prospecto.

Va al baño y se mira en el espejo. Intenta buscar algo diferente en su cuerpo. Algo que pueda decirle si es simplemente un retraso o si crece un hijo dentro de ella, pero nada. Se ve como siempre. Quizás con más ojeras, pero anoche se acostó tarde y hoy se ha levantado pronto.

“¿Y si estoy…”, dice en voz baja, pero ni siquiera se atreve a terminar la frase. No es que no quiera tener hijos, es algo que se ha planteado en varias ocasiones, pero ¿ahora?, ¿ya? No sabe si está preparada para ser madre, ¿pero cuándo se sabe si estás o no preparado para algo así?

Ana intenta pensar cómo será su vida si realmente está embarazada. Hasta hace nada, detestaba a los niños pequeños, pero de un tiempo a esta parte eso ha cambiado: ahora le gustan y, los que la han visto, dicen que tiene buena mano con ellos. Pero ser madre es un trabajo a tiempo completo que no tiene nada que ver con ser niñera a ratitos.

Piensa en él, seguro que se pone loco de contento. Y su madre, y su suegra, que están deseando ser abuelas. Y su padre, y su suegro que, mucho más prudentes, no preguntan, pero tienen las mismas ganas de malcriar a un nieto que las abuelas.

Mira el reloj. Sólo ha pasado un minuto. Se sorprende por la de cosas que ha sido capaz de pensar en tan poco tiempo.

¿Cómo afectará eso a su carrera? Ahora está en la cresta de la ola, ha trabajado muy duro para estar donde está y no está muy segura de si quiere renunciar a ello. Tiene unos horarios criminales, sabe a qué hora entra, pero nunca sabe a qué hora va a salir, ¿cómo compaginar las dos cosas?

Vuelve a mirar el reloj. Queda medio minuto. Ana intenta recordar cuándo fue la última vez que dos minutos se le hicieron tan largos. Éstos parecen eternos.

Va a la cocina. Abre un armario, saca un vaso y se pone un zumo. No es que tenga sed, es sólo por hacer algo mientras termina de pasar el tiempo. Da un par de sorbos y deja el vaso en la encimera, está demasiado nerviosa como para beber nada.

Por fin han pasado los dos minutos. Va al baño y vuelve a mirar el prospecto, una línea es que sí, dos es que no. Ana suspira. Sea lo que sea, ya tiene una respuesta.

DE DESPERTADORES Y TERREMOTOS

Hoy me he despertado una hora antes de lo normal. Es raro que yo me despierte antes de que suene el despertador, pero a veces me pasa, me despierto pronto porque sí, y estoy despierta, descansada y quiero levantarme.

Cuando me despierto así, me gusta levantarme, poner un poquito de música suavecita y sentarme a leer tranquilamente, al lado de una taza de café, colacao, té, manzanilla, o lo que me apetezca ese día.

Esta mañana no estaba muy concentrada en la lectura, estaba dejándome arrullar por la música y a punto de caer en un sopor más propio de después de comer que de recién levantada cuando un estruendo me ha hecho pegar un bote en el sofá.

Lo primero que he pensado, cuando mi corazón ha sido capaz de latir a un ritmo medianamente normal, ha sido que me he quedado dormida y que lo he soñado, que ayer me metí tanto el post de Bagdad que ya oía explosiones a mi alrededor.

Cuando ya estaba pensando que me había vuelto loca, segundo ruido. Retumban las paredes, la taza casi se cae al suelo y yo a punto de agarrarme a la lámpara del susto.

Dos conclusiones rápidas, la primera, que no lo he soñado, la segunda, que no me he vuelto loca. Me asomo por la ventana y nada. La calle está normal, no parece que haya pasado nada. El mismo tráfico de siempre y el mismo atasco de todos los días.

Tercer terremoto. Si en la calle no parece que pase nada, y dentro de casa tampoco es… Me asomo a la escalera con mi más que escueto camisón, para regocijo de los que me ven, y mi vergüenza cuando me doy cuenta de que estoy semi desnuda.

¡Albañiles! ¡Y dicen que tienen como para dos semanas! Puedo desconectar el despertador lo que queda de mes, que seguro que a las ocho en punto de la mañana estoy despierta.

ZAHRA Y AHMED

Zahra se acerca a la cocina a dejar la comida que acaba de comprar en el mercado. Habría comprado para más días, pero una nevera que sólo funciona las cinco horas que tienen electricidad, no es suficiente para mantener frescos los alimentos en una ciudad en la se alcanzan los cuarenta grados.

Hoy se siente sola. Echa de menos a sus hermanas y recuerda cuando aun podían verse cuando querían. Ahora apenas si sale de casa para algo que no sea ir al mercado, y siempre con miedo, siempre pensando si será la última vez.

Poco después de terminar de preparar la cena, llega Ahmed, su marido. Son las cinco y media, ante la falta de seguridad en las calles y los problemas con el transporte público, los horarios han cambiado. Nadie quiere ya estar en la calle. Nadie se arriesga a estar en la calle tras el toque de queda, a las once de la noche.

A pesar de todo, ellos tienen suerte. Ahmed es de los pocos que todavía tiene un puesto de trabajo. Trabaja para el gobierno, aunque no sabe cuándo dejará de cobrar.

Recogen los cacharros de la cena, aunque recoger nos es la palabra más adecuada. Se limitan a apilarlos en la cocina, esperando el momento en el que el grifo decida dejar caer unas gotas de agua para poder fregar.

Ocho siglos después, se pueden aplicar las mismas palabras que se usaron tras la devastación por el imperio mongol: “Bagdad está en ruinas. Ni mezquitas, ni fieles, ni llamadas a la oración. Los palmerales y canales se han secado. Los mercados ya no existen. Ya no puede ser llamada ciudad”.

Zahra suspira. Poco tiene que ver este lugar con el que inspiró “Los Cuentos de las Mil y Una Noches”. Han sobrevivido otro día. Cae la noche sobre Bagdad con la misma pregunta en la cabeza de sus cinco millones y medio de habitantes: “¿Cuándo acabará esta maldita guerra?”.

LA HORA PERDIDA

Clara mira el reloj por enésima vez. Son las cuatro menos diez de la tarde. Aparta la silla, se pone el abrigo y sale a la calle.

Ayer por la mañana la llamó Luis. Sentía no haber podido ir a la fiesta que tenían la semana anterior, pero tuvo una cena de trabajo y le fue imposible escaparse. Habría quedado con ella hoy, pero tenía una boda por la tarde, un amigo de la infancia, así que mejor lo dejaban para mañana. Además, añadió él, casi al final de la conversación, tenía una cosa que contarle que seguro que le hacía ilusión.

Clara se pasó el resto del día preguntándose qué sería eso que tenía que contarle.

Hoy se ha levantado pronto. Se ha duchado y ha bajado a por el periódico y mientras desayunaba se ha acordado de que hay que cambiar la hora. Así que ha dedicado un buen rato a cambiar la hora de todos los relojes de la casa, el del vídeo, el de la cocina, el despertador, el del salón. Nunca se había parado a pensar la cantidad de relojes qué tenía en casa.

A las dos y media sale de casa camino del restaurante. Llega un poquito antes de las tres y decide esperarle en la barra. Pero los minutos pasan y Luis no llega. Las tres y diez… las tres y cuarto…La puntualidad nunca ha sido el punto de fuerte de Luis, pero nunca tarda tanto. Le llama al móvil. Apagado o fuera de cobertura.

Las tres y media… "¿Dónde se habrá metido?, ¿se habrá olvidado?", piensa, mientras al mismo tiempo le disculpa, tampoco tendría nada de particular que se le hubiera olvidado, últimamente ha estado muy liado en el trabajo y con esa amiga nueva que ha conocido... También piensa con resignación que a ella nunca se le olvidaría que ha quedado con Luis.

Las cuatro menos cuarto…

Clara mira el reloj por enésima vez. Son las cuatro menos diez de la tarde. Aparta la silla, se pone el abrigo y sale a la calle. Le ha llamado varias veces, pero él tenía el móvil apagado o fuera de cobertura. Antes de meterse en el metro para volver a casa vuelve a llamarle. Nada.

Luis mira su reloj, son las tres en punto. Sonríe. Por una vez va a poder presumir de llegar a la hora en punto. Entra en el restaurante y pregunta por la mesa que tenían reservada a su nombre.

- La señora se fue hace unos minutos. Estuvo esperándole casi una hora.
- ¿Casi una hora? No puede ser, si son las tres en punto
- Señor, esta noche había que adelantar los relojes una hora…

CASTILLOS DE NAIPES

Basta una simple brisa para que las bases sobre las que has construido tu vida se vengan abajo como un castillo de naipes y, ni siquiera es necesario que seas tú quien sople.

Una de las opciones que tienes cuando esto pasa es volver a reconstruirlo tal y como estaba, recoger las piezas, ordenarlas e irlas colocando poco a poco, las que estaban en la base y, por lo tanto, sostenían al resto, en la base, y seguir colocando las piezas, una a una, hasta que vuelvas a tenerlas todas colocadas.

Otra opción es dejar todas las cartas encima de la mesa, tal y como quedaron al caer, y esperar que encuentren su sitio por sí mismas. Y, aunque pueda sugerir cierta dejadez pretender que las cosas se arreglen solas, puede ser todo un acto de valentía enfrentarse al hecho de aceptar que algunas de las fichas ya no deben estar donde estaban, e incluso, reconocer lo que sabíamos desde hace tiempo, que algunas piezas ya ni siquiera están en nuestro puzzle.

A la larga, todo se reduce a que, quizás tú no hayas tenido nada que ver con el soplo que le ha dado la vuelta a tu mundo, como si de una veleta se tratase, pero te toca a ti elegir el camino por el que quieres seguir caminando y, aunque te pueda dar miedo desconocer lo que puede haber detrás de la siguiente curva, tienes que darla si lo que quieres es avanzar.

Y, si por casualidad, despistes o a propísito, vez te pasas de la salida, no te quedará más remedio que elegir entre trazar un nuevo camino para intentar volver a tomar la salida correcta, arriesgándote a que cuando llegues esa salida ya no sea la que te lleva a donde quieres ir, o buscar un nuevo camino. Hagas lo que hagas, cada paso deja su huella y hay que afrontarlo, porque hay tantos devíos como decisiones que tomes.

Pero no merece la pena tomarse tan en serio, y muchas veces es mejor no pararse a pensar y simplemente dejarnos guiar por nuestro pasos, sea cual sea ese lugar al que nos lleven.

PAÑUELOS DE PAPEL

Ana coge un pañuelo de papel para secarse las lágrimas que le resbalan por el rostro al tiempo que busca otro en el paquete que tiene al lado. Se suena la nariz, se seca los ojos y sigue sacando pañuelos. Con uno no hay suficiente para secarse los ojos, sonarse la nariz, y frenar las lágrimas que le llegan hasta el cuello.

Hoy se ha despertado con su recuerdo en la cabeza. Él, que ni está, ni volverá a estar. Esta noche ha soñado con él, "demasiado a menudo lloro una pérdida de alguien a quien nunca tuve", piensa. Al menos, es domingo y hoy no trabaja, hoy no podría enfrentarse con nadie. Mirar a alguien y echarse a llora sería todo uno.

Aparta las sábanas que aún la tapan y despacio, como si se hubiese convertido en una anciana, y se pone en pie. Está agotada. Coge su caja de pañuelos y se va a la cocina. la cocina vacía. Esa cocina que parecía cocinar sola cuando estaba él y ahora hace meses que está impecable y sin usar desde que no está. "Da igual, si no me gusta desayunar".

La verdad es que habría preferido seguir durmiendo. Cuando soñaba estaban juntos. Juntos y eran felices. "Qué cene anoche?" se pregunta: "un zumo y una aspirina". Entonces, ¿por qué ese sueño tan... real?.

Pero sabe la repsuesta, aun está enamorada de él. Pero ya no le echa de menos continuamente. Ése es su avance en esta guerra contra los días y el dolor.

Se acerca a su mesa, bañada por un sol tibio. Aparta el sillón y se sienta sobre el cojín. La mesa está llena, tiene todo lo que puede necesitar para escribir, para leer, para dibujar, para pegar, para recortar. Rebusca debajo de un montón de papeles, saca un papel y se pone a escribir.

"Te echo de menos. Echo de menos tus mimos cuando estaba triste y tus SMS a las tantas de la mañanda diciéndome que no podías dormir, que si estaba despierta me llamabas y hablábamos un ratito, y cuando ya íbamos a colgar, siempre me decías que eso era casi como dormir conmigo. Pero si algo echo de menos es mi sonrisa eterna siempre que te veía"

Sigue escribiendo durante un rato hasta que deja caer el bolígrafo mientras deja escapar un grito reprimido demasiado tiempo, que se funde con las lágrimas y la frustración. No queda ni un sólo pañuelo en la caja, está vacía. Se limpia las lágrimas con las manos, arranca la hoja del cuaderno, la convierte en una pelota y la lanza por encima de su cabeza.

Ana mira cómo cae la bola de papel en la que le ha dicho todo lo que necesitaba decirle desde hace tanto tiempo. Ahora ya no llora, el corazón vuelve a latir a su ritmo y mira por la ventana. Suspira, llenando de aire sus pulmones. Por fin es capaz de volver a respirar.

¿TE IMAGINAS...

Desaparecer durante tres semanas y no echar de menos a nadie?

¿Te imaginas desaparecer tres semanas y que nadie te eche de menos?

CAPERUCITA

Son las cuatro de la mañana y no consigo dormir. ¿Por qué no me cuentas un cuento?