VERANOS PERDIDOS

Serían... no sé, entre mediados y finales de los años noventa. En aquella época todos los primos veraneábamos juntos y los inviernos eran una pesadilla eterna que aguantábamos consolándonos con que, al fin y al cabo, el siguiente verano no estaba tan lejos...

Y el verano siempre llegaba. Si había suerte y salía un buen verano, nos pasábamos el día en la playa, poco antes de subir a comer nos tomábamos unas rabas y subíamos a casa todos en procesión. Luego una siesta y más playa o una pachanguilla de baloncesto, una partida de tute.

Si se pasaba el verano lloviendo la cosa era más complicada. Entre nosotros siempre nos las arreglábamos para entretenernos, hacer ruido y pasárnoslo bien, aunque ahora, con el tiempo, creo que ni a mis padres ni a mis tíos, les debía parecer divertido aquella pandilla de veinteañeros llenos de energía dispuestos a dar guerra.

Pero si había algo bueno, eran las noches. Salir juntos todas las noches. Tomarnos nuestras copitas en la playa, llegar todos los días del mes de agosto a casa a las seis y media o las siete de la mañana y, muertos de hambre, atracar las sobras de la cena que había en la nevera.

Cuando vi este vídeo, me recordé a nosotros mismos hace diez años y las conversaciones sobre la jugada de la noche anterior... Creo que si hubiera tenido una cámara a mano, habría tenido unos cuantos vídeos muy parecidos a éste. ¿Vosotros no?



AVIONES DE PAPEL

Hoy no tenía ganas de hacer nada y me ha pasado toda la mañana mirando por la ventana. A mediodía hacía calor y, aprovechando los últimos rayos de sol del verano, he salido a la terraza a tomar una cocacola mientras repasaba todo un taco de papeles para los que nunca encontraba tiempo.

En eso estaba cuando se han colado en mi mente un montón de recuerdos. Ha sido un instante, sólo un momento en el que mi mente se ha llenado de ti: de tus palabras, tus gestos, tu olor, tus manías, tu risa... y dolía. ¡Dios, cómo dolía! Dolía tanto que las lágrimas se me han escapado a borbotones sin pedir permiso.

Cuando ya no me quedaban más lágrimas, he ido al baño, me he lavado y la cara y he vuelto a la terraza. El primer papel estaba empapado y he hecho lo único que podía hacer con él: un avión. Un avión de papel en el que he cargado todas las palabras que hemos cruzado, todas las que se dijeron y las que ni siquiera salieron de mi boca.

Me he asomado a la barandilla, las he lanzado y las he dejado volar. Las he mirado elevarse y planear, jugar con el viento, dejarse acunar por el aire, zigzaguear al compás de la brisa, esquivando tejados, antenas y chimeneas, haciéndome sonreír con sus quiebros y piruetas.

He visto cómo se alejaba ese avión y le he visto emprender el descenso para terminar cayendo en una acera y quedarse ahí. No he podido evitar sonreír al pensar cómo llegaron a mí tus palabras y en la corriente que las ha hecho volar en el avión de papel.

DOMINÓ

A veces la vida es como un dominó: una ficha empuja a la siguiente y así hasta que solamente quedan unas en pie a las que intentas aferrarte convirtiéndolas en pequeños pilares que sostienen nuestra felicidad.

Los problemas de encontrarse en esta situación son varios: primero, que uno quiere sostenerlo todo con esos pilares y los sobrecarga, poniendo cosas encima que no deberían estar ahí; segundo, en caso de aparecer un nuevo pilar, es complicado medir bien qué poner sobre él, y puedes terminar aplastándolo incluso antes de que logre ponerse en pie del todo; y tercero, al ser pocos y estar sobrecargados, cada ficha de dominó que cae hace un gran estruendo, mucho mayor del que normalmente haría.

Podría seguir enumerando contras y consecuencias, pero estas tres son ya bastante ilustrativas y... las que me han pasado más recientemente. He sobrecargado fichas que estaban en pie desde hace mucho tiempo. Algunas no resistieron y terminaron por caer -y seguramente me costará mucho volver a levantar-; he encontrado nuevas fichas y sobre una de ellas he puesto cosas que no correspondían, haciendo que cayese cuando no debería haber caído, y sintiendo un auténtico estremecimiento bajo mis pies por su caída, cuando no debería haber pasado de un pequeño ruido.

Éste es uno de los lugares en donde busco refugio cuando estoy así, con pocas fichas del dominó de pie y viendo cómo otras se van desplomando. Es un pequeño claro en la tempestad que me trae tranquilidad, me desconecta y me aleja de todo esto, un pequeño rincón en el que pensar no duele.