FELIZ AÑO NUEVO

Para mí, los años empiezan la madrugada del 29 al 30 de julio, que es cuando cumplo años... y, como si de una nochevieja sin uvas se tratara, siempre hago recuento. Los días previos hago sumas y restas y todavía no ha habido un año en el que el saldo haya sido negativo. Hago largas listas de risas, sonrisas y algún pañuelo, pero siempre, siempre hay mil razones para dar las gracias a un montón de gente que ha estado a mi lado en ese año que para mí se termina. Una larga lista de pruebas superadas, sueños cumplidos...

Este año han llegado algunos nuevos y los he puesto en la primera línea de la foto. No se me escapa ni un nombre esta semana. Los tengo colgados en el corcho, tatuados en el mail, dibujados en sms. Y esta vez también he querido fijarme en todo eso que ha sido tan normal que ha pasado inadvertido, pero que ha hecho que este año sea perfecto.

Me quedo con las mañanas perezosas de los domingos, con una tarde de cañas improvisadas en el bar de abajo, con vuestras caras de sorpresa cuando visteis las cestas de Navidad, con regalos sorpresas enviados a direcciones equivocadas, con desayunos con aceitunas.

Me quedo con días de trabajo en los que me brillaban tanto los ojos que casi se me saltaban las lágrimas, con el sabor de los tomates de una tomatera que apenas duró una semana, con el proyecto de un libro que se paró en la segunda página, con tortitas con chocolate a las doce de la noche. Me quedo con la urgencia de tus manos desatando la lazada de mi blusa, con la sorpresa de sentir tus besos en mis labios, con lo que fue, sin pensar en lo que pudo haber sido.

Me quedo con las entradas del Jardín Botánico, conversaciones perdidas a las tantas de la mañana con unas cuantas copas de más, con paseos de la mano por las playas del fin del mundo, con un plato de couscous de cordero, con los cientos de mails, con un millón de besos, con un ramo de calas naranjas.

Me quedo con el recuerdo de los amigos que fueron pero ya no son y el respeto a no querer crear más recuerdos compartidos. Me quedo con tus lágrimas diciéndome cuánto dolía tener el corazón roto, con regalos de cumpleaños inesperados pero no por inesperados menos especiales, me quedo con esa canción que tuve en la cabeza todo el fin de semana y que me hizo romper a llorar en cuanto te diste la vuelta.

También me quedo con las cañas de todas las tardes durante el mes de julio saliendo de trabajar a las tantas, con alguna pataleta acallada con tequila, con todos los nuevos que han ido llegando, sobre todo aquellos que al principio no encajaban demasiado pero que en poco tiempo se han convertido en imprescindibles, con las trastadas en despachos ajenos y los desayunos con churros de los viernes.

Me quedo con lágrimas de alegría y alguna llantina interminable. Con secretos descubiertos y entendidos y con anécdotas que nunca dejan de hacernos reír, me quedo con esas noches en las que dormiste a mi lado y, sobre todo, con todos los que en algún momento, habéis pegado vuestra nariz a este blog.

AUNQUE TE DÉ LO MISMO

Cuando no estabas mirando, cuando estabas esperando en el coche, mis dedos soñaron con acariciar los tuyos mientras tamborileabas en el volante. Cuando casi te estabas quedando dormido, deseé entrar en tus sueños para ponerlos patas arriba y llenarlos de risas.

Cuando estabas pensando y se te frunció el ceño, quise entrar en tus pensamientos para dejar caer flores sobre tus nubes grises y llenarlas de color. Cuando ibas al cine quise acurrucarme a tu lado y agarrarte la mano.

Cuando necesitabas caricias quise esconderme dentro de tu comida para poder besarte los labios y perderme dentro de ti. Cuando vayas corriendo porque llegas tarde, desearé soplarte en el pelo y llenarte de brisa los ojos para que brillen tanto como cuando sonríes.

Y hoy, como cada noche, dejaré caer mi cabeza sobre la almohada para poder soñar contigo. Sin querer, aprendí cómo se hace y ahora sueño tanto contigo que no creo que nadie más pueda hacerlo. Porque mi corazón aprendió a latir cuando te conocí.

Aunque no te hayas enterado.

Aunque te dé lo mismo.



DOLOR

El dolor tiene formas tan diversas y curiosas de manifestarse como maneras de ser abordado. Hay infinidad de estímulos dolorosos y una cantidad importante de receptores para interpretarlos, decodificarlos, diferentes umbrales, distintas personas con distintas experiencias pasadas que entonces interpretarán y sentirán algo cada vez diferente ante un mismo estímulo.

Pero, sobre todo, el dolor es un signo de alerta: quemarnos nos hace quitar la mano, un pisotón nos dice que cambiemos de compañero de baile y una opresión en la cabeza, que nos demos un respiro.

A veces, no todo es tan claro ni tan sencillo ni tan "me tomo un paracetamol, me anestesio y ya".

Ahora, por ejemplo, tengo en algún lugar del alma un dolor incisivo, como rasgado, del que a ratos me puedo evadir y que por momentos vuelve y me recuerda que es una alarma, pero yo, que estoy muy dormida, resignada o ciega, no consigo darme cuenta de cuál es el fuego, el compañero de baile o el trabajo del que tengo que huir despavorida para conservar mi integridad. O mi ego. O mi constante ilusión de que "puede que algún día...".

Y entonces nada de la inmensidad de mi botiquín sirve para estos casos.

CLARA Y JUAN

Sentada en el sofá, los ojos llenos de sal y sabor a tequila en la boca y Juan sentado a su lado, preparado para escuchar lo que tenga que decirle en una conversación en la que a ella se le sale el alma por la boca y su corazón gria socorro dentro del pecho.

- ¿Por qué no me has dicho nada en todo este tiempo? Somos amigos, Clara, pensaba que sabías que podías contar conmigo.
- Me dijiste que no te gustaba cómo miraba a Luis, por eso nunca te he vuelto a hablar de ello.
- No Clara, no has entendido nada, a mí me da igual cómo mires a Luis, pero eres mi amiga y te quiero y no me gusta ver que te están haciendo daño y no poder hacer nada por evitarlo. Además yo… - Juan duda-, yo…

Un silencio incómodo se acomoda entre los dos, mientras Clara intenta contener las lágrimas, hasta que levantando la cabeza, mira inquisitivamente a Juan y le dice: "Tú lo sabías, ¿verdad?".
- Lo sabemos todos menos él, Clarita. Luis es el único que todavía no se ha dado cuenta de que estás loca por él.
- Pero yo sólo soy su parche. Él nunca me ha querido y yo no sé quererle de otra manera que no sea así...

Juan intenta consolarla. No puede hacer nada por aliviar el dolor de ese corazón roto. Tan sólo esperar que su abrazo la reconforte. Pero Clara no necesita que la reconforten, necesita decir lo que siente y, como un torrente, las palabras y las lágrimas brotan, sin que nadie pueda hacer nada por detenerlas.

- Y ahora él está con Álex, y yo le quiero, pero no sé si puedo seguir teniéndole en mi vida como hasta ahora, porque desde que me la presentó, yo soy como de piedra, no puedo moverme de donde estoy, intento seguir viviendo, intento olvidarle, pero le busco en cada rincón, y siento que mi corazón no late y que hasta respirar es un esfuerzo...

También le dice que se murieron los sueños y las ilusiones, que sólo queda el dolor. Y que quiere que se acabe. Que quiere que acabe todo de una vez por todas, pero que si deja de llorarle tal vez también deje de sentirle y, a pesar de todo, quiere sentirle, aunque sea lejos, aunque él no la quiera sentir a ella.

RUTINAS

Mi lavadora no tiene marca o, al menos, es tan desconocida, que es como si no la tuviera. Tiene un tambor pequeño y no tiene opción de media carga, pero tiene una cosa que se llama centrifugado intensivo, que deja la ropa casi seca. También tiene un programa muy bueno para ropa delicada, con lavado en frío.

Ayer por la tarde, aprovechando un hueco en una agenda desquiciante, encontré el tiempo suficiente para ponerla y esperar. Sentarme a esperar al sol, a que terminara de lavar mis camisetas. En silencio, con las persianas medio bajadas -o medio subidas-, y al sol, detrás de los cristales. Tumbada en el sofá, medio soñando, medio esperando a que dejara de arrullar la ropa.

Eran camisetas de colores. De manga corta y de tirantes. Roja, negra, verde pistacho, azul marino, otra negra... Las coloqué en el tambor y cerré la puerta hasta que hizo “clic”. Coloqué el detergente y puse un tapón extra de suavizante con olor a limpio.

Sí, me gusta. Esto también me gusta. A veces, la rutina más vulgar puede ser algo muy gratificante.