DE MEMORIA

Tengo un amigo que presume de carecer por completo de memoria y lo entiende como algo meritorio. Su teoría se basa en que es relativamente fácil recordar algo de lo que pretendes acordarte y prácticamente imposible obligar a tu memoria a olvidar. Esté de acuerdo o no, y a pesar de lo absurdo que pueda parecer, me parece un argumento irrebatible.

Yo estoy al otro extremo de su memoria. Me acuerdo de casi todo, quiera o no. Recuerdo conversaciones completas, con sus puntos y sus comas, incluyendo esas frases de las que posteriormente queremos desdecirnos y todas las promesas hechas que quedaron sin cumplir.

Mi memoria también acumula películas antiguas: mi hermano y yo haciendo un muñeco de nieve en la terraza unas Navidades de hace unos cuantos (cientos de) años en las que no paró de nevar, los veranos en el norte en los que llevar un bocadillo a la playa resultaba toda una aventura, o los recreos en el patio del colegio con galletas María.

A veces, acumula hasta sensaciones más difíciles de explicar, como el frío en las yemas de los dedos cuando me pongo nerviosa, la lluvia resbalando por la piel, el sonido de unos pasos que hacen que sepa quién es quien se acerca y convierta sus andares en inconfundibles, o el olor de un perfume determinado que siempre asocio con la misma persona y que aún hoy, años después, hace que se me ponga la piel de gallina.

Lamentablemente, mi memoria no sabe retener rostros. Puedo recordar partes sueltas: los ojos, la boca, la nariz, las cejas, las pestañas… pero si intento hacer un rostro con todo eso, soy incapaz, me basta coger una foto (de las de verdad, no de las de mi memoria), como demostración de que aproximadamente un cuarto de esa foto se corresponde con la imagen mental que me había hecho y que el resto de la imagen se debe única y exclusivamente a mi imaginación.

Quizás la imaginación sea prima hermana de la memoria. Pero si no imaginamos nuestros recuerdos, ¿es posible que el odio, el amor y el resto de sentimientos sean sólo una cuestión de discriminación de recuerdos?. Llegada a este punto, sólo me queda otra pregunta: ¿es acaso la felicidad la capacidad de olvidar a tiempo?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Lucia,

Me ha gustado mucho lo que escribes en este blog, son temas “cotidianos” o que son facilmente implicables.

Te recomiendo ferviente que sigas así, y conseguirás una gran lista de seguidores.

Un saludo

Laura V

Anónimo dijo...

La felicidad no viene de la capacidad de olvido.

Como tú bien dices, hay recuerdos que no se olvidan, y que marcan nuestra forma de ser, porque que no somos sino un cúmulo de recuerdos.

Lo que sí que solemos hacer es modificar esos recuerdos respecto a nuestro punto de vista, haciendo de ese modo más cómoda nuestra existencia.

La memoria es simplemente una habitación de paredes blancas, en la que vamos pintando nuestro recuerdos, con los colores que nostros decidimos; y a la que nos asomamos de vez en cuando por alguna de las grietas que tiene abiertas.