No hay nada comparado a madurar. Puedes dejarte la piel en el trabajo, tener coche propio pagado con el sudor de tu frente, pagar el alquiler todos los meses y que los recibos del teléfono vayan a tu nombre, pero con ninguna de esas cosas te dan un carnet de adulto.
Siempre he pensado que la cerveza o el vino son de esos sabores que sólo se aprecian cuando se va madurando, lo que, muy pomposamente, llaman "sabores de la vida adulta", pero a estas alturas, creo que existe más de una forma de crecer y se puede seguir prefiriendo el sabor de la gominolas, los columpios y los dibujos animados.
Y es que, aunque con los años aprendemos y empezamos a entender el por qué de las cosas, a pesar de volvernos un poco más sensatos y menos dramáticos, a la hora de la verdad, seguimos siendo unos niños. Nos pasamos años queriendo demostrar que no nos importa lo que piensen de nosotros, intentando parecer fuertes, independientes e interesantes, hasta que llega un momento en que nos reconciliamos con todo aquello que nos separa de lo que alguna vez creímos que era ser adulto y reconocemos que hay cosas en las que no queremos ser adultos.
Y todo eso está bien porque, tal vez, cuando dejamos de presionarmos para madurar, es un signo de que hemos crecido un poco.
This is the end...
Hace 14 años
2 comentarios:
me encanta la foto que encabeza tu blog
aún no he leído nada... por lo que no puedo comentar ^^
saludos
abdcot
Tal vez tengas razón y dejar de presionarnos para madurar, nos hace más maduros.
Pero cuando se deja de madurar, se empieza a envejecer; y ahí si que nuestra actitud ante la vida solo hace que autoengañarnos.
Publicar un comentario