MUJERES

Nuestras abuelas sabían lo que se esperaba de ellas y qué ocurriría si se salían de esa línea. La siguiente generación tuvo que escoger entre una vida como la de la generación anterior, o un feminisno exacerbado que no se da cuenta de que su argumento según el cual las mujeres somos por naturaleza pacíficas y solidarias se cimenta sobre la misma mentira que el que durante siglos ha asegurado que somos débiles y caprichosas.

Hablaba anoche con un amigo de lo difícil que es intentar comprender qué tipo de mujeres somos o queremos ser. No nos llama ninguno de los modelos que existen, pero queremos los privilegios de ambos: queremos que nos reconozcan como iguales, que nos respeten y -con perdón- que nos nos jodan. Pero también queremos que nos cuiden, que nos consientan, y no nos ofende que nos regalen flores. No queremos un hombre que nos ayude con las cosas de la casa, sino uno que comparta la responsabilidad, pero queremos reservarnos el derecho a decorar a nuestro gusto y queremos la cocina bien limpia.

Entonces ¿qué? La respuesta fácil es que las mujeres nunca saben lo que quieren. Yo diría que sí lo sabemos, lo que pasa es que suelen ser cosas contradictorias, aunque no opuestas.

Necesitamos inventarnos un contenido nuevo para eso de ser mujeres, de ser adultas, de ser un montón de cosas que no queremos ser del modo que conocemos, pero que tampoco sabemos de qué otras formas más se puede hacer. Yo quiero pensar que es posible, que no hay que ser de piedra para merecer respeto y que son compatibles el escote y el maquillaje con el criterio y el carácter.

Hay cosas bonitas en intentarlo, como el descubrimiento de que mi manera de pensar es intensamente femenina, en el sentido más estricto de la palabra: la mirada, el análisis, las cosas que descubro en informes, son únicamente posibles porque soy mujer, y en un equipo en el que estoy rodeada de hombres y donde leo a mil señores que piensan todos más o menos del mismo modo, resulta refrescante eso de tener corazón y no dejarlo en el armario por miedo a que piensen que carezco de rigor intelectual y estoy diciendo tonterías.

También hay pequeñas decepciones, como ver a algunos amigos sorprendidos, que de pronto han descubierto que eres mujer y no te da pena serlo, y ya no saben cómo tratarte, esos que suponen tienes que ponerte a gritar si aparece una cucaracha en la cocina, que te tienen que gustar los niños y que en algún momento saldrá el chantaje emocional por algún sitio.

¿Cómo salimos del esquema “la luna, como las mujeres, miente”? ¿Cómo recuperar el placer del llanto sin que nadie crea que pretendes crear culpas ni inspirar lástima, sino simplemente lavar el dolor?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo soy de esas mujeres también divididas entre las antiguas creencias,y el feminismo actual.

Soy de la generacion de finales de los 80(87 concretamente), y en parte, me he criado con los antiguos ideales, a la vez que he vivido con los nuevos.

No suelo entrar en el perfil de mujer bobita que grita con una cucaraxa,como dices tú, pero tampoco soy una feminista cerrada que odia a los hombres (a veces sí,pero sólo a algunos), y sí,me encuentro dividida.

No sé qué se espera de mí, a mí sólo me importa lo que yo misma espere.

Saludos

Laura V.

Anónimo dijo...

Las mujeres son distintas a los hombres! y como no, los hombres a las mujeres. Y suerte que tenemos que así sea.

Yo creo que en casi todos los aspectos de la vida debe de sobreponerse la racionalidad. Es evidente que ambos sexos somos personas, y por tanto tenemos los mismos derechos y obligaciones.

Con el tiempo y la educación, conseguiremos que las diferencias que el sexo conlleva, no sean una confrontación, sino una complementación; de ese modo todos encontraremos fácilmente nuestro manera de ser en nuestras vidas.

Y respecto a ti, considérate una mujer maravillosa;bajo mi punto de vista, claro.